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Política

Sarkozy afea la actitud de otros presidentes de Francia hacia España y su «pasividad» con ETA

En sus memorias, admite su fascinación por la Corona española y reivindica que España debería ser «un aliado de primerísima línea»

Sarkozy afea la actitud de otros presidentes de Francia hacia España y su «pasividad» con ETA

El expresidente francés Nicolas Sarkozy. | Europa Press

El expresidente francés Nicolas Sarkozy reconoce su malestar con la «condescendencia» y el «sentimiento de superioridad» que sus predecesores en el cargo mostraron hacia España y también lamenta la «tradicional complacencia pasiva» hacia ETA mostrada por Francia, que él quiso dejar atrás durante sus años al frente del Elíseo.

Así lo cuenta en sus memorias Los años de luchas (Alianza Editorial), recogidas por Europa Press, en las que narra al detalle todas sus impresiones de su visita de Estado a España en abril de 2009 y también su «gran afecto» por el país. «Nunca he comprendido, ni aceptado, esa especie de condescendencia que a menudo he observado en nuestras élites respecto a la península Ibérica», explica Sarkozy, que por contra sostiene que España «tendría que ser un socio, un aliado, un amigo de primerísima línea». «Cualquier sentimiento de superioridad para con esta gran nación me ha parecido siempre que estaba absolutamente fuera de lugar», acota.

Según el mandatario, a su predecesor en el cargo, Jacques Chirac, «no le caía bien José María Aznar y no tenía la menor orientación hispanófila». «François Mitterrand otro tanto», añade, subrayando que en general «la única prioridad política» era con mucha frecuencia Alemania.

En general, en la política francesa la «preferencia sentimental apuntaba siempre a Italia», mientras que la «hostilidad espontánea» se dirigía hacia Reino Unido y la «exasperación tenía por blanco, de manera recurrente a los países de Europa del Este», añade, lamentando que en su opinión «España quedaba como la gran ausente». «Aquella actitud general de distancia ligeramente desdeñosa, o cuando menos indiferente, era injusta, inapropiada y lamentable», reivindica Sarkozy, que elogia la «economía particularmente innovadora» de España así como su «cultura y sus artistas, de los más talentosos del mundo».

Complacencia con ETA

Sarkozy afea en particular la «postura tradicional de complacencia pasiva (de Francia) hacia el terrorismo de ETA, a quienes dejábamos utilizar nuestro territorio como una base de repliegue en toda regla, lo que suponía un perjuicio enorme para las autoridades españolas, que protestaban».

El expresidente conservador denuncia que «esa fue invariablemente la política de Valéry Giscard d’Estaing, François Mitterrand y Jacques Chirac» a la que defiende que él puso «punto y final sin contemplaciones» cuando fue nombrado ministro del Interior por este último presidente en 2002.

Precisamente a la banda terrorista dedicó buena parte del discurso que pronunció ante las Cortes en el marco de su visita. Sarkozy cuenta que era consciente de que «la expectativa del auditorio era grande» y por ello optó «deliberadamente por poner sobre la mesa, ante todo, el terrorismo de los indepedentistas vascos de ETA». «Quería dejar claro a toda costa que Francia sería siempre un amigo leal de la democracia española contra su enemigo, los terroristas» puesto que «eso no siempre había sido así» y el país «a veces se había mostrado complaciente con aquella banda».

Frente a ello, subraya Sarkozy, no dudó en «calificar a los etarras de asesinos» y en dejar claro que «Francia, patria de los derechos humanos, se deshonraría aceptando ser, de un modo u otro, un santuario para aquellos terroristas». Sus palabras, según recuerda, hicieron que «los diputados y senadores de todas las tendencias se pusieron en pie de un brinco y estallaron en aplausos».

Zapatero, «casi amigo»; Rajoy, «taciturno»

Sarkozy también desgrana en este capítulo sus impresiones y opiniones sobre sus interlocutores durante esa visita a España. Así, sobre el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, asegura que terminó «encontrando el modo de crear una complicidad casi de amigos y eso que días antes de su encuentro un artículo en un diario galo le había atribuido una opinión desfarovable de quien ocupaba entonces el Palacio de la Moncloa. «Afortunadamente mi interlocutor, como el político experimentado que era, no había caído en la trampa», se felicita Sarkozy, que agradece que Zapatero no le diera importancia a aquella información que, según él, solo buscaba alimentar su mala imagen como alguien «egocéntrico, presuntuoso, maleducado».

El presidente francés también tuvo ocasión de reunirse con el presidente del PP y líder de la oposición, Mariano Rajoy, a quien conocía ya de la etapa en la que ambos eran ministros del Interior. «Era imposible imaginar dos personalidades y temperamentos más distintos» que los de Rajoy y Aznar, señala.

«Rajoy era sombrío, reservado y taciturno en la misma medida que su antiguo mentor era carismático, locuaz y explosivo», afirma. En este sentido, reconoce que pensó para sus adentros que «parecía más un nórdico que un meridional, hasta tal punto era difícil lograr que se distendiera o arrancarle una sonrisa». En su opinión, «era su gran capacidad de trabajo, perseverancia y rigor, una especie de jansenismo, lo que le había permitido aspirar a ocupar a los más altos cargos».

Fascinación por la Corona

Asimismo, el expresidente reconoce que la Corona española siempre le ha «fascinado». En este sentido, dedica especial atención a relatar cómo transcurrieron tanto el almuerzo privado que mantuvo junto a su mujer, Carla Bruni, con los Reyes Juan Carlos I y Sofía en Zarzuela, como a la cena de gala que tuvo lugar en el Palacio Real.

Durante la primera, recuerda que Don Juan Carlos, «aunque no fuera socialista», le explicó que «no había tenido el menor problema con el presidente Zapatero» y que «su relación era cordial, de bastante confianza, lo que daba lugar a una colaboración inteligente al servicio de España». «Entonces no me pareció que hubiera ningún tipo de ataque a la monarquía desde la izquierda española, que veía clara la utilidad de un Rey para un país que se hallaba minado por las divisiones vascas y catalanas», rememora.

Por lo que se refiere a la Reina Sofía «se mostraba infinitamente más reservada que su marido» y precisa que a su mujer y a él les pareció que «las relaciones entre ambos monarcas eran bastante tensas, aunque aquello fuera más una sensación que una información revelada».

De la cena de Estado en el Palacio Real, resalta que fue «tan majestuosa como impresionante» y admite que «en lo que a fasto y protocolo se refiere, las monarquías son insuperables«. En este sentido, Sarkozy admite ser partidario de este boato. «Considero que, para suscitar un respeto duradero, el poder necesita mantener la distancia y encarnar símbolos de unidad que se expresen a través de ceremonias prestigiosas y tradicionales. No creo que un poder que haga alarde de cercanía, de normalidad y de transparencia vaya a ser menos criticado que cualquier otro», escribe en sus memorias.

En aquella cena estuvieron el entonces Príncipe de Asturias y la Princesa Letizia. Sarkozy dice que vio en el ahora rey a un «marido enamorado» y también haber constatado que «la relación de Letizia con el rey, su suegro», no le pareció «ni de confianza ni de afecto». «Constaté claramente una reticencia, sin duda recíproca», añade.

Sarkozy también recuerda de forma anecdótica la atención mediática que provocaron la Princesa Letizia y Carla Bruni en la cena, y narra que cuando su mujer supo que en el Palacio de El Pardo, donde pernoctaron al tratarse de una visita de Estado, había sido residencia de Franco «le costó mucho conciliar el sueño».

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