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La invisible violencia de género que sufren las mujeres en la consulta del ginecólogo

Cada 25 de noviembre, La Revolución de las Rosas lleva a los hospitales y plazas rosas y testimonios de víctimas de abusos ginecológicos.

La invisible violencia de género que sufren las mujeres en la consulta del ginecólogo

Reuters

Cada 25 de noviembre, La Revolución de las Rosas lleva a los hospitales y plazas rosas y testimonios de víctimas de abusos ginecológicos.

 

Cuando tenía 16 años fui al ginecólogo porque sufría amenorrea –no tenía la menstruación desde hacía meses-; me tumbé en la camilla, abrí las piernas y dejé que un extraño hurgase en mi interior. Se apoyó en mis rodillas y dijo: “Si sigues adelgazando veré tu preciosa carita en una caja de pino”. No me golpeó, no salí de la consulta llena de cardenales, pero ejerció una de las formas de violencia de género más normalizadas y silenciosas en nuestra sociedad, que padecen miles de millones de mujeres cada vez que acuden a la consulta de un ginecólogo o entran en un paritorio, la violencia gineco-obstétrica.

Hace cosa de un mes, la matriactivista y defensora de los derechos reproductivos, Jesusa Ricoy, fundadora de La Revolución de las Rosas, que cada 25 de noviembre lleva a los hospitales rosas y testimonios de víctimas de violencia obstétrica, dio a conocer en sus redes el caso de una chica mexicana que había sido masturbada por el médico durante el parto. Algunas horas después, otra activista de Europa del Este le explicaba la historia de una mujer a la que el ginecólogo le practicó un cunnilingus durante la exploración. Furiosas y hermanadas, otras muchas mujeres dieron su testimonio en un hilo de comentarios sobre infantilizaciones, burlas y abusos físicos y psicológicos oficiados por la llamada autoridad de la ‘bata blanca’. Ahora las rosas alzan la voz.

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Monumento en Central Park al doctor James Marion Sims, precursor de la ginecología y verdugo de esclavas afroamericanas que utilizó para sus experimentos.

 

Olivia, 31 años (Valencia)

Me he encontrado muchas veces ginecólogos que no tienen ningún cuidado, que te ponen en el potro y enseguida te hablan mal: “Pero si un pene es más grande, ¿esto cómo te va a doler?” En una ocasión sufrí galactorrea y me salió leche por los pechos y cuando se lo dije al ginecólogo empezó a reírse y me contestó que eso era porque mi pareja me tocaba mucho las “tetas” cuando “follábamos”, así en plan bruto. Quieren que te calles, te echan la culpa a ti, se imponen y es muy desagradable.

Me quedé embarazada a los 18 años y todo el proceso fue como una película de terror. Iba a las revisiones y el médico me infantilizaba, le hablaba de mis expectativas sobre el parto y me decía que era muy joven, que qué sabía yo. Y el parto fue horrible. me lo provocaron sin ninguna razón porque el médico quería tener libre el fin de semana. Me dijo: ‘Vente mañana y te lo provocamos y si no sale, pues cesárea’, como si tal cosa. La matrona era una bestia, me metió la mano hasta el cuello del útero, yo notaba cómo tocaba la cabeza del bebé y el dolor era insoportable. Si me quejaba, me gritaba que me callara, que era una llorona. Movía su mano en mi interior como si limpiase una olla con un estropajo.

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Activistas húngaras llevando rosas a plazas públicas y hospitales. | Imagen vía: La Revolución de las Rosas

Elia, 31 años (Madrid)

A los 15 años empecé a tener relaciones sexuales con mi primer novio y acudí a mi médico de cabecera del centro de salud de La Águilas, en Madrid, porque tuve una infección por hongos vaginales. El hombre no me derivó al ginecólogo, insistió en que me tomaría muestras él mismo. Yo siempre he sido muy natural y confiada y era primeriza en esto, así que no me extrañó, hasta que me llevó a una sala con una camilla corriente y me extrajo muestras sin ponerse guantes. Le temblaban las manos, sudaba y estaba nervioso. Me hizo sentir violenta, pero cuando fui a recoger los resultados volvió a decirme que seguía teniendo hongos y necesitaba más muestras. Quería también hacerme una exploración mamaria.

No entendía lo que estaba ocurriendo y no quería decir nada por si era cosa mía y podía arruinar la vida de alguien que hacía su trabajo, pero acabé por contárselo a mis padres y ellos me preguntaron: “¿Estás segura?”. Dudé y decidí callar. Ahora me arrepiento de no haberlo denunciado. Hace poco me crucé con él y sentí tanta rabia de que hubiese abusado de mí… Sigue trabajando en el mismo centro de salud y quién sabe a cuántas chicas habrá hecho lo mismo.

 

 

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Cartel sobre La Revolución de las Rosas en apoyo al movimiento #StopViolenciaObstétrica

 

Una violencia silenciada

Aunque no hay datos oficiales y las denuncias escasean por vergüenza, desconocimiento o normalización de la violencia, existen muchísimos abusos ginecológicos, algunos más sutiles que otros, pero violentos en todo caso: pruebas que se realizan sin consentimiento, manipulaciones dolorosas, comentarios insultantes sobre los cuerpos de las mujeres, insinuaciones sexuales…

Y burlas.  Como las que en 2011 provocaron un escándalo que dio lugar al movimiento internacional de la Revolución de las Rosas, cuando la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO) hizo públicas unas viñetas donde se podían ver a mujeres sentadas sobre úteros enormes, vestidas con minifaldas y enfermedades de transmisión sexual, bromeando sobre su dolor y sus cuerpos. Entonces Ricoy pensó que la violencia no puede combatirse con más violencia, y que en lugar de  piedras los enfrentarían con rosas. Así sus voces serían escuchadas.

 

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Viñetas de la Sociedad Española de Obstetricia y Ginecología | Imagen vía: SEGO

 

Como el testimonio de una internauta que tras sufrir un intento de violación en la calle fue derivada a un ginecólogo que la examinó y le dijo a la enfermera: “Cómo no las van a violar, si mira cómo visten”. O el caso de otra mujer que sufrió una aborto a las doce semanas, se empeñó en que no le hicieran un legrado y expulsó el feto sola, y la ginecóloga se paseó delante de ella con el bebé en un bote pidiendo que alguien cortara un pedazo para el laboratorio porque a ella “le daba repelús”. Y la no menos triste y alarmante historia de una chica que con 14 años fue a realizarse una citología y al ser virgen todavía y no poder emplear los métodos tradicionales, el ginecólogo le soltó un “a ver si te estrenas, que vas tarde”.

 

“La cultura del médico salvador y la mujer ignorante es una violencia sexual que se ejerce en paritorios y consultas” –Jesusa Ricoy, matriactivista.

 

Para Jesusa Ricoy, este tipo de situaciones son la prueba de una violencia de género solapada por la ignorancia colectiva. “Una gran parte de la sociedad acepta estas agresiones como necesarias, entre otras cosas porque hay una cultura del médico salvador y la mujer ignorante que se deja hacer y que es claramente una violencia sexual que se ejerce en paritorios y consultas médicas. Hablamos de un sistema que se cimenta sobre las demás violencias machistas y la construcción social te lleva a pensar que tu cuerpo no funciona o es patológico desde la primera menstruación”, explica. Y señala que esta violencia gineco-obstétrica se agrava cuando la víctima pertenece a otra etnia. “A las mujeres gitanas se les suma el tópico de la hipersexualización, pensar que van a tener muchos hijos o creerse con derecho a esterilizarlas”.

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Jesusa Ricoy, matriactivista y ‘childbirth’. Fundadora de La Revolución de las Rosas

 

Conocer el propio cuerpo y cuestionar todo lo que se ha construido como ‘normalidad’, denunciando públicamente a quienes abusan de su poder es la forma de evidenciar y atajar, a la larga, estos abusos. “Tenemos las jerarquías muy interiorizadas, pero es hora de que las mujeres empiecen a delimitar sus confines físicos y que no lleguen, se abran de piernas y le digan al médico: ‘doctor, lo que usted crea’. Cuando trabajaba en el Observatorio de Violencia Obstétrica vi niveles de abuso enormes, como tirar de un bebé y romper el cordón umbilical o decirle a una mujer que se callase, que estaba demasiado gorda y pedirle al marido que le tapase la boca. Y estamos hablando de España”, concluye la matriactivista.

Buenas y malas prácticas

La ginecóloga Montse Catalán coincide en que el sexismo en las consultas se ejerce porque la paciente es mujer, independientemente de que el profesional sea un hombre u otra mujer. “Nuestro trabajo debe basarse en un escrupuloso respeto por integridad física y moral de las mujeres. Las actitudes de desprecio, o de paternalismo deben ser sustituidas por empatía, sea cual sea la opción de vida sexual de la paciente”, resume.

Vivimos en un sistema patriarcal repleto de falsas creencias, como que las exploraciones ginecológicas deben ser necesariamente dolorosas, igual que los ciclos menstruales o los partos. Y uno de los problemas principales, señala Catalán, es el desconocimiento que tienen muchas mujeres de su propio cuerpo.

“En mis consultas siempre tengo un espejo a mano para que las mujeres puedan observarse y preguntar”, Montse Catalán, ginecóloga

 

“He participado en numerosos círculos de mujeres que confiesan que nunca han visto su himen o su cuello de útero, o que vivieron en silencio sus primeras menstruaciones porque sus madres no encontraron las palabras para nombrar las vivencias que también callaron. Por eso en mis consultas siempre tengo a mano un espejo para que la mujer pueda observar y preguntar”.

Pero, ¿cómo podemos diferenciar a un buen ginecólogo de aquel que no es trigo limpio? ¿Cuándo una exploración molesta o un comentario duro se convierte en abuso? “Lo primero es que la mujer debe dar su consentimiento antes de cualquier prueba, como introducir un espéculo en la vagina, hacer un tacto o una ecografía. Y, sobre todo, debe expresar aquello que violente sus sentimientos.  Si no ha reaccionado a tiempo, porque se ha ofuscado y el profesional la ha ofendido o no ha sido suficientemente correcto, debe pedir el libro de reclamaciones del hospital o centro de salud y explicar cómo se ha sentido. Esa es la forma de que, poco a poco, entiendan qué queremos decir las mujeres cuando nos sentimos maltratadas o infantilizadas, aunque sea de forma sutil. No hace falta que se ejerzan grandes violencias sobre nosotras para hablar de ellas y avanzar en su reconocimiento”, asegura la ginecóloga.

Tengo 34 años, sigo aquí y no en una caja de pino, mirando con mi preciosa carita a mi antiguo ginecólogo. A todos los médicos y matronas que desde posiciones de poder creen que pueden cosificar, desprecian y legislar sobre los cuerpos de las mujeres, les envío una rosa.

 

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