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Massimo Vacchetta: “Las personas llevamos corazas como los erizos”

Me llamo Massimo Vacchetta y dirijo un Centro para la Recuperación de Erizos en Italia. He publicado el libro ’25 gramos de felicidad’ (Kitsune Books).

Massimo Vacchetta: “Las personas llevamos corazas como los erizos”

Tengo 51 años y soy veterinario en Novello, en el norte de Italia, donde dirijo el Centro de Recuperación de Erizos La Ninna. Hace diez años un erizo huérfano cambió mi vida hasta el punto de abandonarlo todo para dedicarme a salvar a estos pequeños insectívoros que están en peligro de extinción. Con la ayuda de la periodista Antonella Tomaselli, recogí las lecciones que me enseñó Ninna en ’25 gramos de felicidad’ (Kitsune Books, 2018).

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Antes de conocer a Ninna trabajaba como veterinario bovino en un pueblo de montaña. Ganaba mucho dinero, tenía un buen coche y una vida acomodada, pero siempre andaba a vuelta con la idea de felicidad. Un buen día mi matrimonio se fue al traste –el divorcio fue fulminante- y mi madre enfermó; me sentí perdido y no sabía cómo cambiar, cuando de repente un colega con el que trabajaba me pidió que lo sustituyese en la clínica un fin de semana y me dejó al cuidado de un pequeño erizo de unos pocos días de vida que había encontrado; era diminuto, pesaba tan solo 25 gramos y era del tamaño de un pulgar. Me sentí molesto, me comporté como un estúpido con él porque no estaba acostumbrado a tratar con un animal tan distinto, pero por la noche, en la cama, no dejaba de pensar en erizo, en lo solo y vulnerable que parecía. Igual que yo. Porque pese a no ser huérfano como él, fui un niño solitario con un padre hipocondriaco y una madre que trabajaba demasiado. Por primera vez en mucho tiempo lloré y tuve la sensación de que nadie más que yo podía salvar a ese erizo.

Massimo Vacchetta: “Las personas llevamos corazas como los erizos”
Cuando se ven amenazados, los erizos son capaces de enrollarse sobre sí mismos formando una bola de púas. | Foto: George Kendall | Unsplash.

El filósofo Schopenhauer escribió que cuando los erizos tienen en frío se juntan para darse calor, pero como se pinchan los unos a los otros con las espinas deciden mantener una distancia de seguridad mínima. Creo que así nos acercamos a los otros, que las personas como los erizos tenemos un caparazón de protección que nos separa del mundo, pero en la parte interna está nuestro corazón y solo abriéndolo y perdiendo el miedo a sentir y dejar que los demás nos conozcan tal y como somos podemos establecer vínculos con los demás y con la naturaleza. Yo me había puesto una máscara de conformismo para no mostrar lo que había en mi interior.

 

“Cuando cuidas a una criatura indefensa estás curando una parte de ti mismo” – Massimo Vacchetta

 

Los erizos son animales salvajes y nocturnos. Sus antepasados tienen entre 20 y 30 millones de años de antigüedad, fueron coetáneos de los dinosaurios y son el símbolo de la salud de un ecosistema y también parte del corazón de la humanidad, porque el planeta es un mosaico en el que todo está conectado y contribuye a la vida. Pero por acción del hombre, que es su mayor depredador, se encuentran en peligro de extinción: mueren millones atropellados en las carreteras o a causa de los pesticidas que se emplean en cultivos y jardines, y también sufren mutilaciones por culpa de las desbrozadoras. Solo en Francia se habla de al menos 1,5 millones de erizos atropellados y en Inglaterra, desde los años 70’, su población ha pasado de 30 millones a 200.000… ¡Y eso que es un animal protegido! Todos los animales deberían serlo, de hecho. Sin embargo, el hombre cree que están a su servicio, no le importa que mueran o tenerlos en cautividad.

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Imagen vía Kitsune Books.

Una de las grades lecciones de vida que aprendí de cuidar a Ninna fue a tener compasión. Cuando cuidas a una criatura indefensa no solo estás curando una parte de ti mismo, sino que además aprendes que el amor también consiste en dejar ir. Mientras Ninna fue pequeña y frágil yo la cuidé, pero un día empezó a comportarse de forma arisca porque necesitaba libertad –los erizos precisan de mucho espacio-; así que tuve que sobreponerme a mi egoísmo y dejarla ir aun asumiendo que jamás pudiera volver a verla. La libertad es impagable, todos los seres deben poder vivir libres. Luego, de la forma más natural, cada vez que alguien encontraba un erizo herido se ponía en contacto conmigo para que lo curase y, poco a poco, creé este Centro de Recuperación de Erizos ‘La Ninna’, en la provincia de Cúneo, en el que ya hemos atendido a unos 230 erizos. Llegan crías que han perdido a sus madres, o bien erizos heridos por el ataque de perros, o al cortar matorrales de un jardín. Tenemos también un refugio de ancianos para unos 80 erizos incapacitados y en mitad de la noche me levanto y voy de aquí para allá, cubriéndoles con mantas, dándoles pequeños masajes o papillas. Incluso hemos habilitado un baño como unidad de urología que está dividida para que machos y hembras no se mezclen. Y allí fui testigo de una bellísima historia de amor…

 

“Los animales tienen relaciones más puras que nosotros, porque no están influenciadas por prejuicios ni palabras, y van directos a la esencia de las personas” –Massimo Vacchetta

 

Un día entré en el baño y lo encontré todo revuelto. Pipino, un pequeño erizo que no puede orinar sin ayuda, no estaba en su caseta y empecé a buscarlo hasta que lo encontré en la caja de Tina, otra eriza a la que le faltan las patas de atrás. Había atravesado las paredes reforzadas y ambos se acurrucaban hocico contra hocico. Los separé y a la mañana siguiente Pipino se coló de nuevo en la caseta de Tina. ¡Estaba enamorado! Se acercaba a olerla, se alejaba y volvía muy despacio realizado un cortejo muy dulce, del que tendríamos que aprender los seres humanos. Y de hecho que se creen afinidades con ellos que tienen que ver con experiencias vividas. Entonces algo se mueve dentro de nosotros, se agita. Porque ellos tienen relaciones más puras, que no están influenciadas por los prejuicios ni las palabras, y van directo a la esencia de las personas. Por algo cuando Ulises llegó a Ítaca después de haber estado navegando durante muchísimos años por el Egeo solo su perro Argos lo reconoció.

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