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Elisabeth Duval: “Me parece más interesante el reivindicarse como alienado que creerse lúcidos”

Conversamos con Elisabeth Duval acerca de su poemario ‘Excepción’ (Letraversal) y su primera novela, ‘Reina’ (Caballo de Troya).

Elisabeth Duval: “Me parece más interesante el reivindicarse como alienado que creerse lúcidos”

Los primeros versos aluden a T. S. Eliot, pero a medida que avanza la lectura aparecen otros referentes: Dante y el tercer canto del Infierno, Lacan, Žižek o Derrida, pues su escritura en dos columnas remite irremediablemente a Los márgenes de la filosofía del padre de la deconstrucción. Esto es lo que encuentra el lector en Excepción (Letraversal) el poemario de Elisabeth Duval; “escritura de urgencia” sobre los altercados en Barcelona tras la sentencia del Procés. Y muchos de esos referentes, aludidos de forma más o menos explícita, en los versos reaparecen en Reina (Caballo de Troya) la primera novela de Duval. Un texto donde el pulso ensayístico de la escritora es más que evidente y donde ésta plantea una parodia de la autoficción, abordando desde una primera persona pudorosa su día a día como estudiante de filosofía en París.

 

“Vosotros, todavía jóvenes, lo que buscáis/ es un Amo es un Amo es un Amo es un Amo/ es un te quiero en su sí/ aquello que todos buscamos no es más que un sí”, leemos en Excepción. Los versos remiten a Reina y ambas obras llevan a preguntarse: ¿Toda búsqueda, toda revuelta, todo deseo termina siempre en el mismo sitio?

El verso alude directamente a Jacques Lacan, una figura teórica que está muy presente tanto en el poemario como en Reina. Si bien los dos libros se ubican en lugares completamente distintos, hay vínculos entre ambos y me parece muy divertido que uno de estos vínculos sea precisamente Lacan. Sin embargo, como te decía, Reina y Excepción son dos obras distintas, sobre todo por lo que se refiere al lugar desde donde se habla. La voz poética está juzgando a la juventud desde el exterior, mientras que la narradora de Reina forma parte de esa juventud a la que se interpela. En referencia a esto y volviendo a tu pregunta, es interesante que lo que une Reina con Excepción sea aquello que Lacan decía a los estudiantes en 1968: “Vosotros, lo que buscáis es un amo”.

Sabiendo que eres bastante hegeliana, es imposible hablar de la búsqueda del amo y no pensar en la dialéctica amo-siervo, de la que no sé hasta qué punto es posible escapar.

Ahora que estoy empezando nuevos proyectos, me doy cuenta de que, en una determinada manera, todo proyecto de construcción de un amor más o menos sano tiene que tratar de romper con esa dialéctica preconcebida que fundamenta la batalla del reconocimiento en toda relación entre amo y esclavo. El problema es que, como apuntábamos antes a partir del verso que citabas, es muy difícil salir de esta dialéctica. De todas maneras, no sabría decirte hasta qué punto el amo al que se hace referencia en Excepción es hegeliano; diría más bien que, en tanto que estructura simbólica, tiene mucho más que ver con Lacan y con su figura del padre simbólico.

La pregunta sobre la posibilidad de romper la lógica dialéctica me lleva a los primeros versos de Excepción en los que se hace referencia a Cuatro Cuartetos de T. S. Eliot, quien ahí sostiene que todo futuro contiene el pasado. Es decir, la libertad del hombre es limitada por la lógica de la repetición.

Claro. Esta alusión a T. S. Eliot y, por tanto, esta idea de recursividad se puede unir con la teorización en torno a las determinaciones que se ha hecho sobre todo desde el marxismo y, en concreto, de la mano de teóricos del estructuralismo. Pienso, por ejemplo, en Pierre Bourdieu. Si estamos condenados a repetir determinadas cosas, no es solamente por una especie de broma histórica a partir de la cual las cosas, como dice Marx en el 18 Brumario, se repiten primero como tragedia y luego como farsa, sino que hay estructuras que condicionan dicha repetición, hay estructuras que provocan que esto suceda y hay determinaciones, tanto sociales como psicológicas, que conducen inevitablemente a la repetición. En Excepción, por ejemplo, se habla de las manifestaciones en Cataluña y la voz poética les dice a esos jóvenes que se manifiestan lo mismo que les decía Lacan a los estudiantes en 1968. ¿Por qué? Porque hay una recursividad de estructuras mentales. En relación con esto, me parece un gesto muy interesante el de Cristina Morales en Los combatientes, cuando puso en boca de sus protagonistas, unos jóvenes que forman un grupo de teatro, las palabras del falangista Ramiro Ledesma Ramos.

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Portada de ‘Excepción’ vía Letrasversal.

Sí, el Discurso a las juventudes de España.

Y como la novela coincidió con el 15M, la gente asoció aquella exaltación de la juventud con las proclamas del 15M y algunos consideraron a Cristina casi como una profeta.

Esto que comentas tiene también que ver con la pregunta sobre cómo leemos, sobre los condicionantes que intervienen en la lectura.

Hay muchos factores que intervienen en el proceso de lectura y de interpretación de los textos y no todo depende directamente del lector, menos aún de forma consciente. Hay, por ejemplo, factores de género, pues no es lo mismo para un lector leer a un hombre que a una mujer, pero también hay factores de posicionamiento dentro de un determinado star system. Lo que quiero decir con esto es que la lectura que se puede hacer de ti depende también de cómo se te concibe dentro de la literatura y qué lugar ocupas dentro del campo literario. Por ejemplo, hoy en 2020, después de Lectura Fácil, nadie va a decirle a Cristina Morales que Los combatientes no es una novela, si bien, en mi opinión, en su forma Reina es más novela que Los combatientes, donde Morales hace otra cosa. Sin embargo, nadie va a cuestionar esta etiqueta, porque Cristina ya ocupa una cierta posición dentro del mundo literario tras ganar determinados premios. La novela más que una categoría dentro de la cual hacemos entrar cosas o más que un género sobre el cual y a partir del cual pensamos, es una forma de legitimación y de construcción del star system literario. La novela es una clase social.

Lectora de Eribon, me da la impresión de que evitas hacer un Regreso a Reims: has aprendido la lección y, siendo muy joven, narras interrogándote sobre tu origen, sobre dónde vienes y desde dónde escribes.

Estoy de acuerdo con lo que dices, en cuanto diría que, por lo que se refiere al discurso consciente y a la producción consciente de discurso, eso es así. He leído Regreso a Reims, he leído a Eribon y a Bourdieu y los he asimilado. En teoría, podría seguir con mi vida y analizar las cosas desde una conciencia tranquila, pero no es del todo así. Y es que hay una separación entre teoría y praxis. Es decir, la asimilación nunca es total. La voz narrativa de Reina, aunque es muy lúcida desde un punto de vista teórico, por muchos factores, cuando es el momento de hablar de la familia o de otras cuestiones que, por ejemplo, sí toca Eribon en su libro, se calla. Es como si, para determinados temas, hubiera una puerta que no se abre. En este sentido, creo que Pablo Muñoz acertó subrayando que Reina es una novela sobre el pudor. Con lo cual, la narradora no se exime de todo, no está exculpada, no termina de hacer la confesión. Podemos decir que no hace un verdadero regreso a Reims.

La idea de pudor va en contra de esa narrativa que vende el desnudo total de su autor. En Reina, el ocultamiento, por el contrario, es patente, sobre todo con ese enamoramiento final que dejas fuera de campo.

Totalmente. Además, esto lo hago desde un enfrentamiento explícito con la figura de la lectora. No solo le estoy ocultando algo, sino que le digo que no creo que tenga el derecho a conocer determinadas cosas. Y no solo es una cuestión de mi propio pudor, sino también del suyo. En la última parte del libro, de hecho, se acusa a la lectora de querer saber aquello que no puede ni debe saber y se la acusa con un lenguaje muy bruto. Eso sí, no sabría decirte muy bien por qué ese deseo de ensañarme con la lectora, pero la verdad es que tanto en Reina como en Excepción la convoco constantemente.

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Portada de ‘Reina’ vía Caballo de Troya.

Hablando del contar y del no contar, en Reina, decides no contar nada de tu historia con Hannah, nombre que, sin embargo, reencontramos fuera del texto, en la dedicatoria.

Sí, es un gesto divertido que algunos captan, pero muchos otros no. Evidentemente, la dedicatoria aparece cuando el texto de Reina ya había sido escrito y, de hecho, habrá lectores que podrán preguntarse si este nombre de la dedicatoria, escrita además en francés, tendrá algo que ver con ese mismo nombre que aparece al final de la novela. Hay algo de incitación a una cierta curiosidad morbosa: frente a la dedicatoria, el lector se da cuenta de que hay más cosas más allá de las que se cuentan en el libro y a las que no tiene acceso.

En la novela, subrayas las contradicciones de clase inherentes a la Sorbona y, sobre todo, a París I: universidad pública, pero a la que acude una élite.

Ante todo, hay que decir que la Sorbona no existe como un todo indivisible. Sin embargo, todo el periodismo cultural español sigue con la idea de que la Sorbona existe como unidad monolítica y no repara en que la institución se ha disgregado en varias universidades. Es más real el mito que la realidad en sí misma. Es más Sorbona el mito de la Sorbona que la universidad a la que voy que es París I. Mientras las clases populares van a París 8 Saint-Denis, París I está poblado de estudiantes de clase media-alta y de hijos de profesionales liberales. Sin embargo, se ha conseguido crear la idea de que el origen de la militancia de izquierdas está en París I. Esta paradoja entre la clase social de proveniencia y su pretendida militancia política se expresa muy bien en el comentario que vi en el muro de Facebook de un estudiante de París I. Éste había publicado una foto suya en una manifestación sosteniendo un cartel en el que estaba escrito algo así como que había que comerse a la burguesía. Y a esa foto alguien de su familia, constituida por abogados y profesionales liberales, le había contestado: “antropofagia por parte de un hijo de burgués”. Esta anécdota refleja muy bien lo que es París I. Y las pintas de muchos estudiantes lejos de ser un reflejo de clase, funcionan como otro sistema de demarcación; sirven para subrayar su pertenencia a una determinada izquierda militante universitaria. De lo que no hay duda es que París I tiene un componente elitista muy fuerte.

Al respecto, pienso en esa traición de clase de la que acusaba a los intelectuales Julien Benda en su ensayo, cuyo título no podía ser otro que La traición de los intelectuales.

Sin duda. Yo, de hecho, hay cosas que entiendo solo en parte. En el caso de Podemos, puedo entender esa pose como una estrategia de comunicación o de marketing político. Es decir, había un rédito político en ese querer parecerse a un pueblo imaginario del que, en realidad, no formaban parte. Pero, parecerse a ellos era lo mejor que podían hacer. Por tanto, entiendo lo que pretendía Podemos. Lo que no entiendo es esa pose en gente que no tiene ninguna labor política que realizar. En este caso, la pose se revela como lo que es, un simple disfraz social para participar en un carnaval de la militancia que no tiene sentido alguno. Y es que lo único que se hace es aparentar formar parte de una clase social más baja a la que realmente perteneces. Es un juego de pretensiones que no conduce a nadie.

Recuerda lo que les decía Pasolini a los estudiantes del 60: “Vosotros no sois la verdadera clase obrera, sino la policía que os está pegando”.

Y es que, a veces es así. La policía francesa, sobre todo, la parisina suele ser muy bruta y, de hecho, es recurrente el canto “tout le monde déteste la police”, que ahora se escucha mucho, sobre todo a raíz del poder que se le ha concedido a la policía tras haberse declarado el estado de alarma. Pero es cierto que el policía, en la mayoría de los casos, desde un punto de vista de la escala social, es menos burgués que los estudiantes a los que está pegando. Evidentemente, asumido esto, luego se abren otras cuestiones y habrá quien afirme que el policía está más alienado que el estudiante. Quizás, aunque no me parece un análisis del todo acertado. De hecho, me parece mucho más interesante lo que hace Cristina Morales reivindicando el estar alienado. Lo otro me parece una postura menos sincera. En este sentido, repito, me parece más interesante el reivindicarse como alienado que creerse preclaros o lúcidos.

En todo caso, lo mejor es que sean los demás que te digan si eres lúcido o no.

Pero hay mucha gente que en su juventud se cree absolutamente preclara y lúcida. Por ejemplo, en Reina aparece la figura de un chico, amigo mío, que me define como revisionista y pequeña burguesa. Ante sus afirmaciones, yo le digo que él puede seguir pensando que él es aquel que le puede explicar a ese pueblo al que tacha de medio tonto cuáles son sus condiciones materiales, si esto le hace tener la conciencia más tranquila, pero que la realidad es más bien otra.

Pero, eso de que “hay que decir al pueblo lo que le conviene al pueblo” es un eslogan que se ha repetido mucho en determinados sectores de la izquierda.

Y no solo se defendía la idea de que hay que decirle al pueblo lo que le conviene, sino también de que hay que explicarle al pueblo cuál es su identidad, qué significa ser pueblo. Y este es un discurso que, efectivamente, ha estado muy presente en determinados ámbitos marxistas, donde se creía que uno, por estar en posesión de la teoría marxista y de sus herramientas teóricas, entendía y comprendía mejor cómo vive y quién es la gente que conforma el pueblo que la propia gente.

Elisabeth Duval: “Me parece más interesante el reivindicarse como alienado que creerse lúcidos”
«La lectura que se puede hacer de ti depende también de cómo se te concibe dentro de la literatura y qué lugar ocupas dentro del campo literario.» Elisabeth Duval. Foto cedida por la autora.

Y aquí se plantea la dicotomía entre teoría y praxis, dicotomía sobre la que tú te has detenido sobre todo al analizar la teoría queer.

En la teoría influye la praxis y en la praxis influye la teoría, aunque de forma distinta. En mi vida cotidiana, no puedo apagar el botoncito de las cosas que me hace analizar y pensar las cosas y los objetos dentro de algunas teorías. Eso sí, creo que la teoría sería muy pobre si no incorporara la realidad en sus análisis y, de hecho, creo que muchas teorías pecan de tener una desconexión absoluta con lo que es la realidad y con lo que son los objetos de la realidad. De ahí mi debate con Paul B. Preciado que, en muchos casos, hace referencia a situaciones de la realidad que son muy nicho y elabora un discurso que termina por convertirse, dentro de lo underground, en mainstream. Y, a partir de aquí, se construyen teorías que dentro del arte pueden tener valor para analizar performance o prácticas artísticas, pero que no funcionan como verdades filosóficas asentadas o como principios de un sistema filosófico estructurado.

Tu crítica principal a Preciado tiene que ver con su teoría de la disolución del género, defendida, sin embargo, desde una identidad de género masculina.

Cuando me entrevistaron en Nació Digital, me pusieron como titular: “La abolición del género no sucederá”. Si bien este es un tema que desarrollaré con más profundad en el ensayo que publico el próximo año, lo que es evidente en el caso de Paul B. Preciado es que, como se ve sobre todo a partir del prólogo que realiza Virginie Despentes para Un apartamento en Urano, él apela hablando de sí mismo a conceptos como “disolución de los géneros” o “disidente del sistema género-género”, pero la gente a él lo ve como a un señor. Es así, ahora a Paul lo ven como un señor, entonces ¿qué disolución del género es este? Él no ha disuelto el género, lo que ha hecho es pasar a otra posición dentro de la lógica de los géneros. Pero, disolver ha disuelto poco. En tu día a día, ¿qué disuelve el hecho de que tengas vulva? ¿Qué estás disolviendo en la cotidianidad con esto? Yo creo que más bien poco. Alguien que ve a Paul B. Preciado no va a pensar: “¡Cómo está disolviendo la categoría hombre!”.

La pregunta sobre el lugar desde dónde se habla implica una consideración del género de quien habla, pero también del espacio ocupado: no es lo mismo hablar desde una cátedra universitaria o desde la tribuna de un periódico que desde la calle.

Este año he tenido mucho menos tiempo para ir a manifestarme, pues, cuando tienes un montón de entregas, estás escribiendo y haciendo promoción, pierdes todo ese tiempo que antes tenías para manifestarte. Lo que te quiero decir con esto es que no sé si es verdaderamente necesario ir a manifestaciones, porque creo que, a veces, el acudir a ellas tiene un componente más estético que de cualquier otro tipo. Hace tiempo escribí en Vice un artículo sobre diferentes luchas actuales, entre las cuales estaba la ecologista; una de las conclusiones de aquel texto es que esas luchas y manifestaciones sirven no tanto para conseguir lo que se pretende, cuanto para construir un sentido para nuestras vidas. Por tanto, ese momento en el que estamos en la manifestación nos da un sentido como grupo. No se trata de que creamos que manifestándonos conseguiremos algo, sino que nos sentimos parte de un grupo.

Es decir, ¿las manifestaciones nacen de un “optimismo necesario” y terminan en un inevitable cinismo?

El otro día, Ernesto Castro subió un video de Cristina Morales. Viéndolo, me fijé en que Cristina tiene un póster que dice “la mejor lucha es aquella que se hace sin esperanza”. Yo, por ejemplo, soy incapaz de hacer luchas de forma esperanzada. Aunque vaya a manifestaciones, no creo que el gesto de manifestarse vaya a llevar a nada. Creo que es lo moralmente correcto, pero no que sea útil en términos de conseguir algo. En este sentido, siempre gana el cinismo frente al optimismo de la voluntad.

¿Crees que es algo generacional?

No, no lo creo. Yo me he encontrado con mucha gente de mi generación que está muy esperanzada y que cree firmemente en que se pueden cambiar las cosas. O, al menos, esto es lo que dicen. Yo con quince o dieciséis años militaba en un grupúsculo marxista-leninista y a eso de los diecisiete me fui porque estaba desilusionada con el marxismo-leninismo.

Lo pregunto porque, en cierta manera, podría hablarse de un fracaso aprendido, sobre todo si tenemos en cuenta que Mayo 68 no solo no cambió el sistema, sino que en Francia terminó con la victoria de la derecha de De Gaulle.

No creo que haya que sobreestimar la capacidad del ser humano para aprender del ser humano. Antes hablábamos de que todo se repite, pues, en relación con esto, diría que como grupo en general no somos realmente conscientes de los fracasos que nos precedieron. A menos que no sean personas con un fuerte compromiso de izquierdas, muy poca gente de mi generación piensa en el Mayo del 68. Tampoco creo que la caída de las Torres gemelas o el 11-M formen parte de la visión del mundo de mucha gente joven y eso que son dos hechos que marcaron. Creo que lo más destacable para mi generación fue sobre todo la crisis de 2008 pues marcó nuestra manera de vivir. Y estoy convencida de que aquella crisis marcó lo mismo que lo harán las consecuencias que traerá consigo la crisis del Coronavirus.

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