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Gastronomía

El circo de pelar hortalizas

Los artilugios pelaverduras despiertan recuerdos vinculados a distintas gastronomías

El circo de pelar hortalizas

Imagen de una persona pelando un calabacín. | Unsplash

Machado sostenía que su infancia eran recuerdos de un patio de Sevilla donde maduraba un limonero. Mi verano de 2023 son recuerdos de una feria coruñesa donde le compré un par de artilugios pelaverduras a una mujer ucraniana que los vendía exhibiendo con orgullo el lugar de fabricación de las herramientas: la ciudad de Leópolis.

Ver a alguien manejar con destreza ese tipo de aparatos en directo es hipnótico: se parece mucho a los videos etiquetados como «oddly satisfying» que proliferan en las redes sociales más lúdicas. En ellos alguien realiza una acción de las que podrían considerarse alienantes por su carácter repetitivo, ya sea aplastar con un tenedor los bordes de unas empanadillas para sellarlas, hacer churretes con una manga pastelera o envasar alimentos al vacío con una máquina, y logra que nos quedemos embobados al verla. Ahí nos olvidamos de todos los males que nos rodean; ahí logramos la atención plena o mindfulness, tan escasa en este siglo.

Por eso a nadie ha de extrañarle que, el pasado mes de julio, antes de mis paseos vespertinos por la avenida Marina, la más recorrida de la ciudad, nunca faltase a mi cita con la vendedora del puesto coruñés de peladores para así verla generar fideos de calabacín a toda velocidad o cortar repollo en juliana con un aparato que parecía un hacha ralladora. Enseguida envidié su destreza: era como ser trapecista o domadora de tigres de un circo legendario, pero en un espectáculo adaptado para cocinas. Por eso no me faltó tiempo para comprarle los dos aparatos que vendía: el hacha roja para rallar hortalizas y un pelador de patatas premium con muchas otras propiedades.

Rallando una zanahoria. | Unsplash

En mi apartamento de alquiler coruñés les vi las fauces –los dobles colmillos de tiburón del rallador y las amenazantes cuchillas del otro aparato– y quise devolverlos. Como intuí que el reembolso no iba a tener lugar, pues ya había abierto y probado ambas herramientas– volví por lo menos para que la vendedora me diese una clase magistral sobre cómo usar ese instrumento  amenazante del que es virtuosa

Sé de gente que ha tenido que ir a urgencias tras rebanarse el dedo con una mandolina japonesa: el nombre, por musical e inofensivo que parezca, esconde un artefacto peligroso y muy preciso en su labor troceadora de hortalizas. Los peladores son armas blancas, y si no me creen, les invito a comparar las dos filas de dientecitos del pelador con las de un tiburón, para que vean su semejanza. 

Por el carácter circense de sus acciones me quedé más rato de la cuenta mirando a la experta cortadora convertir un repollo entero en juliana y seccionar un pepino en láminas muy finas que después se podrían usar en platos y encurtidos de la gastronomía eslava. Cada pueblo genera los utensilios que mejor llevan a cabo su cocina tradicional, lo que me hace recordar de inmediato el plato vuelvetortillas, con su montículo en medio para poder agarrarlo. En realidad, no conozco a nadie que tenga un plato vuelvetortillas en su casa, pero si una mente ibérica lo creó será porque resulta útil y necesario. Si no, ¿por qué gastar ingenio en algo que no sirve?

Lo mismo pienso de la herramienta grande peladora, que no sé ni sabré manejar, y menos aún al ser zurda. No fue concebida para que la sujete con la mano derecha y la use con la izquierda (algún día hablaremos de la marginación que sufrimos los zurdos: aunque las sociedades contemporáneas se enorgullezcan de abogar por la inclusividad, en ese aspecto no se están luciendo), así que renuncio a usar este invento pergeñado en Leópolis y me quedo a cambio con el pelador pequeño, idóneo para hacer spaghetti de calabacín, esa comida que hoy sustituye a la pasta, al menos visualmente. Hasta hace muy poco no pertenecía a ninguna tradición culinaria y últimamente se ha convertido en parte integral de la dieta de celiacos y veganos, es decir, en la gastronomía más característica del siglo XXI.

Imagen pelador. | Unsplash

El pelador es mi nuevo juguete adulto: peligroso, como todo lo que es cosa de mayores, pero capaz de proporcionar muchas satisfacciones. Mis spaghetti de calabacín me lo recuerdan desde el plato.

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