THE OBJECTIVE
El archivo del buitre

La eterna frivolización con el nazismo de políticos y periodistas

Aparte del poco respeto que supone a las víctimas del Holocausto, habría que pedir que se renunciara al eterno comodín del nazismo

Amparo Rubiales ha dimitido, o la han dimitido, como presidenta del PSOE de Sevilla por llamar en Twitter «nazi judío» al dirigente del Partido Popular Elías Bendodo. Tras un primer aviso de la dirección del PSOE, Rubiales optó por rectificar diciendo que retiraba lo de «judío», pero ratificaba lo de «nazi», que era precisamente el punto más controvertido del tuit.

Merece la reflexión pensar que si Rubiales se limita a poner «Bendodo es un nazi», sin la referencia étnica, quizá hubiera pasado más desapercibido por ser un término tan trillado, hasta el punto que llamar a alguien ‘nazi’ viene a ser como llamar a alguien ‘tonto’ o ‘berzotas’ para buena parte de los políticos. 

Cada cuál tiene su excusa.

Los tertulianos y comentaristas de derecha (o, perdón, si lo prefieren, los ‘no de izquierdas’) consideran que es legítimo llamar ‘nazi’ a los políticos nacionalistas catalanes. Y piensan que sus políticas de inmersión lingüística merecen la equiparación con aquellos que metían a los hijos de David en ceniceros.

Los tertulianos y comentaristas del sector nacionalista o independentista consideran que todo aquel que desde Madrid tenga una posición vehemente contra el nacionalismo o el independentismo puede ser calificado de «nazi». Quienes sigan el programa estrella de ETB en Euskadi verán con cierta frecuencia a su primer espada, Xabier Lapitz, etiquetando con frecuencia como «nazi» a quién le tercie, sean políticos como Hermann Tertsch o Buxadé, o periodistas como Vito Quiles. Incluso alguien que se las da de moderado como Enric Juliana soltó un día en TV3 que vio una pintada en el suelo contraria a la compra de cava catalán en Madrid, y temió que se pudiera parecer a la Alemania de los años 30. Sospecho que un mínimo de seis millones de ciudadanos de aquella Alemania de los años 30 no estarían de acuerdo.

Desde sectores de la izquierda consideran que todo aquel que sea de derechas y no pida perdón por serlo, ya está haciendo oposiciones a nazi. Por lo que el término se usa con normalidad. Si Eduardo Haro Tecglen podía decir en sus tiempos de Barra Libre en la SER que Aznar le recordaba a Hitler, a nadie puede sorprenderle que, en medio de una trifulca, Antonio Maestre le grite a Isabel San Sebastián que ella «¡Está con los nazis!».

En el lado inverso, no pocos comentaristas de la anti-izquierda han evitado la tentación de hacer la broma fácil de que el ‘partido socialista’ pacta con el ‘partido nacionalista’, luego es ‘partido nacional-socialista’, ergo, por tanto, es nazi. Un argumento que han usado desde Paloma Zorrilla en sus tiempos de La Noria hasta Federico Jiménez Losantos desde sus emisoras de radio.

Resumiendo, que en España, lo raro es no ser nazi. Porque todo el abanico «opinólogo» puede encontrar motivos para que alguien, de izquierda o derecha, independentista o españolista pueda ser calificado como nazi. Y entre todos, han contribuido para vaciar de contenido, una vez más, una acusación tan severa, hasta el punto de que si algún día pudiera aparecer un nazi auténtico sería difícil distinguirlo entre tantos etiquetados bajo la falsa esvástica friki.

Hasta Carlos Boyero usó el término «nazi» para criticar a un entrenador de fútbol que le caía mal. En ese caso, pudo evitar la condena en primera instancia, suerte que no tuvo Miguel Ángel Rodríguez. El hoy todopoderoso dircom de Isabel Díaz Ayuso llamó repetidas veces «nazi» al doctor Montes en La Noria y en 59 Segundos. Le habían visto miles de telespectadores en dos debates de máxima audiencia, pero cuando llegó la querella, el hombre no tuvo empacho en asegurar ante las cámaras de Espejo Público que él nunca había llamado nazi a «esa persona que se había querellado contra él». Los jueces no estuvieron de acuerdo y hubo condena en primera instancia. Algunos, junto a la asignatura de la frivolidad con el nazismo, también tienen la asignatura del cinismo, quizá inevitable en la comunicación política.

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