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La otra cara del dinero

España no tiene la mejor sanidad del mundo: está por debajo de la media de los países ricos

En «El futuro incierto de la sanidad», Luis González Feria aboga por la introducción de competencia, como ya han hecho Países Bajos o Suecia, para evitar el colapso

España no tiene la mejor sanidad del mundo: está por debajo de la media de los países ricos

La pasión de los españoles por la gestión pública de la sanidad es más aparente que real: cuando pueden, eligen la privada. | TO

Luis González Feria ejerció muchos años la neurocirugía en el Hospital Universitario de Canarias.

Aunque la financiación era pública y la presidencia correspondía al partido que controlara el Cabildo Insular de Tenerife, la filosofía de gestión era la de una institución privada, orientada a «la mejora de la calidad y la sostenibilidad económica». No había una bolsa de pacientes preasignada. Los trabajadores debían «competir por ser los mejores y por que [los ciudadanos] eligieran nuestro hospital».

Sin embargo, «presionados por fuerzas sociales que no conozco bien», los políticos decidieron cambiar de modelo.

La asistencia «se sectorizó férreamente». A cada establecimiento correspondía ahora un territorio y, como la afluencia de enfermos estaba garantizada, «el personal tuvo la sensación de que daba un poco igual lo que se hiciera».

A partir de ese momento, la calidad empezó a decaer.

La alegre apariencia

González Feria fue consejero de Sanidad y Trabajo del Gobierno de Canarias en 1987 y 1988, pero solo en fecha reciente se ha animado a compartir sus reflexiones en un pedagógico, crítico y muy recomendable ensayo: El futuro incierto de la Sanidad.

Su punto de partida no es nada complaciente.

Dice que numerosas encuestas valoran muy favorablemente la sanidad española, pero «hay que tener en cuenta que a menudo abordan al paciente a la salida de los hospitales». El resultado sería muy otro si se sondeara a quienes están en una lista de espera.

La triste realidad

Más allá de la sesgada opinión popular, ¿qué concluyen los diferentes estudios?

El ranking de eficiencia sanitaria de Bloomberg asigna a España un más que digno quinto lugar de 55 países, pero apenas maneja tres criterios: esperanza de vida (con una ponderación del 60%), gasto sanitario relativo per cápita (30%) y gasto sanitario absoluto per cápita (10%). La limitación de esta lista queda de manifiesto cuando se piensa que un recorte adicional del 20% apenas afectaría a la esperanza de vida y nos convertiría en líderes mundiales.

Más fiable le parece a González Feria el baremo de la Health Consumer Powerhouse sueca.

Su Euro Health Consumer Index (EHCI) analiza 48 variables, agrupadas en seis subcategorías: 1) derechos de los pacientes e información; 2) tiempos de espera para recibir asistencia; 3) resultados de los tratamientos; 4) tipos o cartera de servicios que se ofrecen; 5) medicina preventiva; y 6) medicaciones que ofrece el sistema.

Cuando se toman en consideración todos estos factores, el panorama cambia.

España ya no es la quinta de 55, sino la decimonovena de 37. Suspende en información a los enfermos y, sobre todo, en listas de espera, lo que cuestiona la igualdad de trato. «La sanidad española», señalan los responsables del índice, «parece depender demasiado de la asistencia privada para ser realmente excelente».

Origen multicausal

¿Es algo que podría resolverse con más financiación?

El EHCI concluye taxativamente que «no hay correlación entre la accesibilidad a la sanidad y el dinero gastado», pero, incluso aunque no fuera así, España no gasta poco. Los Presupuestos Generales destinan a sanidad «aproximadamente el 7% del PIB», dice González Feria, una cantidad a la que hay que añadir el «otro 3% que los ciudadanos dedican a la privada, con lo que el total asciende a alrededor del 10% del PIB». Estamos unas décimas por debajo de la media europea (9,4% frente a 9,6%).

El origen de nuestra insuficiencia sanitaria es multicausal.

Tenemos, en primer lugar, una población envejecida que consume muchos recursos médicos. En segundo lugar, el desarrollo constante de nuevos y costosos tratamientos constituye una presión creciente. Tercero, aunque los recortes no han ayudado, no nos engañemos: la sostenibilidad del sistema «no depende de las crisis».

Y luego están las ineficiencias del modelo.

Cuál es la mejor sanidad

Existen, argumenta González Feria, tres grandes tipos de sanidad.

La española está inspirada en el National Health Service británico alumbrado por William Beveridge tras la Segunda Guerra Mundial. Es universal y gratuita y en ella los poderes públicos no solo financian los servicios, sino que los gestionan. En la estadounidense el Estado está, por el contrario, «casi ausente» y la cobertura alcanza a apenas un tercio de la población, la más desfavorecida. Finalmente, a mitad de camino se encuentra el llamado «modelo alemán», universal y gratuito como el español, pero cuya gestión se delega en compañías que «compiten entre sí».

¿Y qué rendimiento ofrece cada una?

Según Health Consumer Powerhouse, el mejor se da en «las naciones con el modelo alemán: los Países Bajos, Suiza, Bélgica, Alemania y Francia». El sistema Beveridge funciona bien en naciones pequeñas, como Dinamarca, Islandia o Noruega, pero en las grandes genera burocracias inmanejables, de cientos de miles empleados. Además, como sucede a menudo con las empresas públicas, la prioridad no termina siendo el bienestar del cliente final, sino el de esos mismos empleados.

Competencia controlada

Las recomendaciones de González Feria son claras.

«Que una sociedad como la sueca, paradigma del socialismo, haya decidido libremente privatizar la gestión de la asistencia primaria —solamente la gestión, no el pago— merece a mi juicio un análisis y un debate en profundidad».

También habría que aprender de los Países Bajos, que, como subraya Health Consumer Powerhouse, «ha figurado sistemáticamente entre los tres primeros de todos los Índices Europeos» que publica desde 2005. En el modelo neerlandés, «el Estado», explica González Feria, «se cerciora de que todos los ciudadanos están asegurados, pero luego son estos los que deciden a quién confían la provisión de servicios». Combina «la libre competencia con un fuerte control y redistribución de los costos».

Lo que se grita y lo que se hace

Cada vez que alguien ha planteado reformas semejantes, las calles se han inundado de una marea blanca que coreaba indignada: «¡La sanidad no se vende, se defiende!» Cabría pensar que los españoles son fervientes partidarios del statu quo, pero esta pasión por lo público podría ser más aparente que real.

Al menos es lo que revela un experimento natural.

Porque resulta que los funcionarios disponen de la posibilidad de optar entre la sanidad pública y la gestionada por las mutualidades. ¿Y por cuál se inclinan? Un abrumador 82% «elige la asistencia de compañías privadas». Las razones son obvias: no hay listas de espera y se accede directamente al especialista.

Y por si esto no bastara, a los contribuyentes nos sale «más barata».

Intereses no alineados

«Se debería abrir un amplio debate sobre un tema que parece tabú, como es el de los diferentes modelos sanitarios», escribe González Feria, pero no va a ser fácil «mientras sigamos pensando como colectividad que tenemos la mejor sanidad del mundo, en lugar de comprender que estamos por debajo del promedio entre los países desarrollados».

Recuperarnos de esta ceguera sería solo un primer paso.

La sanidad entra dentro de la categoría de «problemas perversos», que se caracterizan, entre otros rasgos, porque carecen de una solución clara y distinta, obligan a alterar arraigadas rutinas ciudadanas y, sobre todo, afectan a muchos grupos con intereses que no siempre están alineados.

Los de los políticos, por ejemplo.

González Feria siempre se ha preguntado por qué arrebataron al Hospital Universitario de Canarias su autonomía. Tendría que haber sido al revés. Deberían haber concedido «a los otros grandes hospitales de la región la misma libertad gestora». Se hubiera generado una pujante competencia, «con la consiguiente mejora de la calidad y sin aumento del costo». Pero, «aun pudiendo pecar de malpensado», González Feria comprende que la concentración de «todas las unidades asistenciales bajo una misma estructura» brindaba la oportunidad de manejar «grandes plantillas» e «inmensos recursos».

Un pastel demasiado goloso para el «poder político y sindical».

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