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Historias de la historia

Las malas parejas de la realeza británica

La Casa Real británica siempre ha tenido tendencia a los amores con personas «inconvenientes», como Megan, la gran ausente de esta coronación

Las malas parejas de la realeza británica

Peter Townsend y la princesa Margarita tuvieron un romance imposible. | Europa Press

El rey ordenó cerrar las puertas de la Abadía de Westminster para que la reina no entrase a su coronación. Pero la reina no aceptó de buen grado su exclusión sino que aporreó la puerta para que le abriesen. No lo logró.

Las redes sociales y los cronistas que tanto se han escandalizado por la ausencia de Megan en la coronación de su suegro, Carlos III, ignoran hasta qué punto estos conflictos con «parejas no queridas» son moneda corriente en la Realeza británica. El caso que hemos referido tuvo lugar en la coronación de Jorge IV, el 19 de julio de 1821. Jorge se había casado con la princesa Carolina de Brunswick en 1795, aunque en realidad estaba ya casado en secreto con una católica y era por tanto bígamo. Su matrimonio oficial mantuvo las apariencias solamente un año, en 1796 Jorge y Carolina se separaron y ambos tuvieron varios amantes. 

Pese a ello —y como sucedería luego con Diana de Gales— la opinión pública simpatizaba con ella. La reina Carolina era especialmente popular entre el ejército, por lo que Jorge temían incluso que los militares diesen un golpe de Estado contra él. Cuando Carolina enfermó repentinamente la misma noche del escándalo de la coronación, falleciendo en pocos días por causas desconocidas —»inflamación interna» dijeron los médicos—todo el mundo pensó que la había envenenado su marido el rey. En fin, también hay quien piensa que a Diana la asesinaron los Windsor.

No hace falta sin embargo irnos tan lejos en la Historia para encontrar tremendas conmociones, a veces de gran trascendencia política, con novias y novios no queridos por la Familia Real inglesa. En el último siglo, con muchos de sus protagonistas todavía vivos, ha habido cuatro casos, y uno de ellos le costó la Corona a un rey reinante, Eduardo VIII, a quien por cierto no le había dado tiempo a coronarse. Su padre, Jorge V, vaticinó poco antes de fallecer: «Tras mi muerte, el chico arruinará su vida en doce meses». Se equivocó, le bastaron once.

La duquesa y el duque de Windsor (antes, Eduardo VIII), en una imagen de 1962. | Europa Press

Eduardo VIII heredó el trono de Jorge V el 20 de enero de 1936, cuando ya llevaba al menos un año de relaciones con la señora Wallis Simpson, divorciada de un primer marido y casada con un segundo. Además era americana, plebeya y con «mala fama». Cualquiera de esas cinco razones bastaba en aquella época para hacer impensable un matrimonio con el soberano del Imperio británico, el más poderoso de la tierra. Sin embargo, Eduardo se empeñó en mantenerla y no enmendarla. En el momento de su Proclamación -inmediatamente después del fallecimiento del anterior rey- Eduardo se hizo acompañar por Wallis en el balcón del Palacio de Saint James, desde el que asistió a la importantísima ceremonia.

Eduardo estaba dominado por su amante, que no se conformaba con este papel, perfectamente asumible para los usos de la época, sino que quería ser reina. En consecuencia el rey planteó un todo o nada: o le permitían casarse con Wallis tras el segundo divorcio de ella y hacerla reina consorte, o abdicaba. Como se sabe, perdió el pulso contra la Familia Real y las instituciones, y el 10 de diciembre firmó su abdicación. Había reinado 326 días, ni siquiera once meses.

Tan elevado precio le valió, no obstante, un largo matrimonio, una vida familiar estable con la mujer que amaba, algo que no podrían decir las personas reales que le sucedieron en elegir una «mala pareja».

La princesa y el aviador

El siguiente amor real con la persona equivocada lo protagonizó la princesa Margarita, hermana pequeña de la reina Isabel II. Al final de la II Guerra Mundial, su padre Jorge VI decidió incorporar a su servicio cortesano a militares con brillantes hojas de servicio en sustitución de los vetustos aristócratas. Así llegó a palacio en 1944 Peter Townsend, un joven comandante de la RAF (Real Fuerza Aérea). Era un héroe de guerra, había derribado el primer avión alemán en la Batalla de Inglaterra, era guapo, elegante, simpático y listo, en fin, un bombón, pero… «¡mala suerte, está casado!», le advirtió la princesa Isabel a su hermana pequeña Margarita, que tenía 14 años.

En realidad toda la Familia Real se enamoró de Townsend. Para el rey Jorge VI se convirtió en el hijo que no había tenido, y para Margarita, famosa por su afición a la juerga, y a la que los rumores emparejaban con numerosos jóvenes con los que coqueteaba, incluido el exrey Miguel de Rumania, fue el gran amor jamás olvidado. Según la princesa, se enamoró de Peter en 1947, cuando ella tenía 17 años. Peter por su parte reconoció que la amaba cuatro años más tarde, cuando su propio matrimonio había fracasado.

Durante la primera mitad de los años 50, el romance entre Margarita y Peter se convirtió en uno de los asuntos de mayor interés público en el Reino Unido. La prensa le dedicó toneladas de papel, se realizaron encuestas de opinión —algo poco usual en la época—, se discutió en la Conferencia de primeros ministros de la Commonwealth, en el Parlamento, en el Gobierno… Según el último sondeo que se realizó, 75 por 100 de los británicos apoyaban que Margarita se casara con Peter, pero Gobierno, Parlamento, Commonwealth e Iglesia estaban en contra.

Townsend había dejado de ser un hombre casado al divorciarse en 1952, pero eso no solucionaba nada, porque por raro que parezca, la Iglesia Anglicana, que fue creada por Enrique VIII para respaldar su divorcio de Catalina de Aragón en el siglo XVI, no admitía la disolución del matrimonio. Cuando Margarita quiso renunciar a sus derechos dinásticos para casarse con Peter, la Iglesia la amenazó con la excomunión y con declarar bastardos a sus hijos. En los años 50 del siglo pasado la Realeza y las instituciones británicas no podían admitir algo así. Las presiones sobre Margarita tuvieron más efecto que las que se habían ejercido sobre su tío, Eduardo VIII. El 31 de octubre de 1955 hizo público un comunicado anunciando que renunciaba a su amor. Curiosamente fue el único documento oficial reconociendo la existencia de aquella relación.

Con la renuncia al amor, Margarita arruinó su vida. Su matrimonio posterior con Tony Amstrong-Jones fue un fracaso, y Margarita se convirtió en una especie de alma en pena que iba de fiesta en fiesta, de amante en amante, de borrachera en borrachera hasta su fallecimiento en 2002, con sólo 71 años en una familia de mujeres longevas. 

Otro reciente amor real frustrado fue el de la princesa Ana, hija de Isabel II y hermana del actual rey Carlos III. En 1970, cuando ella tenía 19 años, se enamoró de un apuesto oficial de caballería de la Guardia, Andrew Parker Bowles. Pertenecía a la alta sociedad, sus padres eran amigos de la reina madre, abuela de Ana, y Parker Bowles jugaba al polo en el equipo del príncipe Carlos. No tenía título de nobleza, pero desde la boda de la princesa Margarita con Amstrong-Jones eso ya no era impedimento para casarse con un royal. ¿Por qué impidió entonces la Familia Real el noviazgo? Porque Parker Bowles era católico, y según las leyes sucesorias casarse con alguien de esa fe suponía perder los derechos dinásticos.

Cuando se vio rechazado Parker Bowles tuvo una sorprendente reacción. En 1973 se casó con Camilla Shand, una joven que estaba en su misma situación. Camilla también pertenecía a la alta sociedad, tenía conexiones familiares con la nobleza, su bisabuela había sido amante del rey Eduardo VII, y era novia del príncipe Carlos, pero fue igualmente rechazada por la Familia Real, en su caso por «demasiado mundana».

El resto de la historia es muy conocido. Ana y Carlos se casaron con otras personas más «adecuadas», aunque sus matrimonios fueron un fracaso y terminaron en divorcio. Los antiguos amores siguieron presentes en sus vidas. En 1981, ocho años después de que ambos se casaran con otros, Ana le pidió a su antiguo novio que fuese padrino de bautismo de su hija Zara. En cuanto a Carlos y Camilla, sostuvieron contra viento y marea su historia de amor, pese a que Diana les puso en contra a la opinión pública británica.

De toda esta saga de «malas parejas» rechazadas por la Familia Real británica, el capítulo final enlaza con el primero. La persistencia en el amor de Carlos enlaza con la de su tío abuelo, Eduardo VIII, que cambió el trono por permanecer toda su vida junto a su amada. Pero en este caso tiene un inesperado final feliz: Camilla también va a ser coronada hoy.

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