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Cultura

Albert Serra, Quevedo y la élite cultural

«El éxito es una imposición, no hay un jurado de sabios infalibles fuera del público mismo»

Albert Serra, Quevedo y la élite cultural

Albert Serra tiene nueva película, Pacifiction, que les recomiendo, como he hecho yo, no ver. Las películas de Albert Serra son insoportables, pero ofrecen la gratificación de que al director le entrevistan. Sus entrevistas son maravillosas. En ellas básicamente Serra defiende que Serra es un genio, y su cine, vanguardia cultural. Albert Serra pasará a la historia, asegura Albert Serra. Su cine es único en España, dice únicamente él. En Cannes le quieren mucho, y por eso en nuestro país tiene prestigio. No hay otra explicación.

Tomamos a Serra como punto de partida del artículo porque usted quiere saber. Quiere saber qué es eso de la cultura, de la élite cultural, y si Quevedo hace basura musical o no. Es complicado, pero para eso me pagan.

Fíjense si es complicado que circularon hace poco unas declaraciones de Quentin Tarantino en las que afirmaba que François Truffaut fue un «torpe aficionado». Aquí hay mucho conflicto, porque Tarantino sabe de cine, y Truffaut sabía de cine, y los que han señalado Los 400 golpes o La noche americana como obras maestras han visto atentamente otras diez mil películas. Pero ¿qué es saber mucho de cine? ¿Si has visto mil películas más que otra persona, sabes por eso más de cine que ella? ¿Puede saber alguien más de cine que otro que, de hecho, es director de cine?

Carlos Boyero dijo que una película es buena si le gusta a él. Parece una chorrada, es una chorrada y, al mismo tiempo, es todo cuanto podemos asegurar. Una película es buena si te gusta, y pasa a la historia si eres alguien. Esa es toda la cuestión.

Carlos Boyero es alguien porque escribe de cine en El País; Tarantino es alguien porque rueda películas; usted no es nadie porque los anteriores le sacan el dinero.

La suma de Carlos Boyeros (críticos) y Tarantinos (profesionales del cine) crean el criterio, el canon, el prestigio y las fiestas con cocaína. Pasa lo mismo en la música y en la literatura (aunque con MDMA). Qué es cultura lo decide, por tanto, un montón de gente drogada.

Pero los críticos tienen amigos, los cineastas tienen amantes y lo escritores tienen cuñados. A veces se dice que es buena una patochada de un amigo, de un amante o de un cuñado. Sin embargo, incluso si nadie favoreciera a su tribu, si todos fueran tan honestos como el que esto firma, tampoco estaría claro qué es cultura, vanguardia, valioso.

Es ahí donde volvemos a Albert Serra. ¿Por qué Carlos Boyero va a decidir si el cine de Albert Serra es genial y no lo puede decidir el propio Albert Serra? Albert Serra, en plena posmodenidad, ha comprendido que el éxito es una imposición, que no hay un jurado de sabios infalibles fuera del público mismo, de la audiencia, los lectores y las escuchas en Spotify, que van por otro lado. Hay que deslizar, simplemente, que uno es el mejor, ya sea bufonescamente, como hace el propio Serra, («A nivel de fabricación, a nivel de tensión, de ir al fondo con esta angustia de terrenos inexplorados, incluso para el actor, no creo que nadie me supere»), ya mediante hábiles relaciones públicas (Almodóvar). Que Los planetas esté considerada la mejor banda musical de la historia de España no se debe a que hayan hecho indiscutiblemente los mejores discos, sino a que han fabricado indiscutiblemente la mejor candidatura.

Noten también que no hay un solo escritor de altura al que otro escritor de altura no considere un bodrio. Así las cosas, ¿cómo aclararse?

Una solución es tirar por la calle de en medio; por la calle misma, en realidad. Es lo que hace Víctor Lenore desde hace años: si gusta a la gente, es bueno. Así, mi por lo demás amigo hasta que acabe de leer este párrafo, considera grandes artistas a Camela y a Coldplay, y poca cosa a Radiohead. Es duro esto de la amistad, ¿eh? Ya no tiene uno amigos como los de antes, que odien a Coldplay y se compren discos de Sigur Rós.

Sin embargo, el éxito popular acaba siempre doblegando al prestigio. Trapiello se quejaba en alguna parte de que en estos tiempos ningún escritor sea considerado de fuste si además (además de hacer libros críticamente certificados) no vende. Y ponía el ejemplo de Baroja, entre otros escritores de escasas ventas que entraron en los libros de texto (cuando Baroja fue publicado en Estados Unidos, sus libros lucían esta faja: «El escritor menos vendido del mundo»). Y lleva razón Trapiello: la paradoja en literatura hoy es que únicamente vender mucho te sitúa en primera fila de los escritores que dicen no escribir para vender mucho; los escritores literarios.

La gente no se complica, le gusta una canción y la pone, le gusta un libro y lo recomienda, va al cine a ver explosiones y dinosaurios. El crítico, y la élite cultural, lo tienen más difícil. Deben responder a la pregunta más sencilla del mundo, que se hizo Ricardo Piglia: «¿Por qué es bueno Borges?». ¿Por qué es bueno Eloy Tizón? ¿Por qué Radiohead? ¿Por qué es un espanto el cine de Albert Serra, a pesar de que él se considere “el mejor director del mundo”?

El proceso es el siguiente. Uno ve miles de películas, lee miles de libros o escucha miles de canciones. Este acopio cultural se hace de manera guiada: se acude a las obras sabiendo si se consideran o no maestras, imprescindibles, innovadoras. La voz crítica surge de enfrentar el gusto propio y el canon universal, que no es otra cosa que supervivencia estética. Al crítico malo le gustará todo lo que dicta el canon; el crítico bueno detestará algún clásico, y también considerará canónicas obras olvidadas o menospreciadas. Mientras que el público ve una película o lee un libro demandando entretenimiento (respuestas), el crítico y la élite cultural lo hacen demandando diálogo (preguntas). ¿Qué aporta esta obra, qué nos dice de nuestro tiempo artístico, cómo reinterpreta las obras anteriores de las que se abastece, qué dirá de nosotros dentro de un siglo? Obviamente, si le haces estas preguntas a Quédate, de Quevedo, todo es absurdo.

El crítico Fernando Neira denigró la canción del artista canario porque no hay nada en ella que permita dialogar. Simplemente es una canción pegadiza más, del mismo modo que un Magnum almendrado es siempre un Magnum almendrado más. Es decir, es lo que te esperas. Fernando Neira cuenta con todo mi apoyo: Quédate no es exactamente basura, pero sí basura bien hecha. La propia revista musical Jenesaispop ha analizado la canción demostrando, a su pesar, que no se puede decir prácticamente nada interesante sobre ella, salvo que la han escuchado no sé cuántos millones de personas con un Magnum almendrado en cada mano.

La tensión entre la élite cultural (gente con criterio) y el pueblo llano (la clientela) es una tensión entre la innovación y el cliché. Toda la canción de Quevedo es un cliché con clientela. La ironía es que la innovación sólo es exitosa si acaba convertida en un cliché, es decir, entrando en el torrente cultural mayoritario. Si Valle-Inclán decía que él creaba su propio público teatral era porque la aspiración de un artista de primer orden es ser comprendido por la gente. Más elitista que Juan Ramón Jiménez no ha habido nadie, pero al final consiguió que su burro imaginario se volviera popular.

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