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Héctor Abad: «Mi corazonada es que el ensayo de Petro no va a salir bien»

El autor de ‘El olvido que seremos’ vuelve con una novela sobre un sacerdote que, a la espera de recibir un trasplante de corazón, pone en jaque todas sus creencias

Héctor Abad: «Mi corazonada es que el ensayo de Petro no va a salir bien»

Héctor Abad | Daniela Abad

A Héctor Abad no le interesa investigar a los malos para escribir sus novelas. Milita, como el protagonista de Salvo mi corazón, toda está bien (Alfaguara, 2022), en la bondad y en la belleza para declararle la guerra «a la brutalidad y al desamor». También, como su personaje -que necesita imperiosamente un trasplante para sobrevivir-, ha estado aquejado del corazón. Lo que no comparte con él es religiosidad, pero quiso dibujar a este cura bueno, culto, crítico de cine y experto en ópera, inspirado en uno que conoció, para complacer a su madre (ella sí, creyente) y animarla durante el penoso confinamiento. 

Gracias a una beca de la Fundación Mexicana de Las Letras, Abad ideó esta historia en la casa en la que Gabriel García Márquez escribió sus Cien años de soledad. Desde allí perfiló y soñó día y noche con Luis Córdoba, ‘el Gordo’, cuya aventura comienza cuando los médicos le aconsejan reposo y un cambio de residencia a una que no tenga escaleras. Así, recala en la casa de Laureles, donde viven dos mujeres y tres niños y en la que se replanteará su sistema de creencias y la razón de sus hábitos.

Portada del libro de Héctor Abad.

Cuando recibe a THE OBJECTIVE, el autor está firmando una buena pila de libros para escritores amigos, aquellos que todavía no se han enfadado con él por no apoyar explícitamente el Gobierno de Gustavo Petro. De eso y de mucho más comenzamos ya a charlar con él:

Pregunta.- He leído que tuvo problemas con su propio corazón durante la escritura de esta novela. Eso sí que es implicarse en la historia y comprometerse con ella.

Respuesta.- (Ríe). Sí, cuando empecé la novela lo que tenía era un viejo soplo que no molestaba, me permitía llevar una vida normal, pero la dolencia de leve pasó a moderada. A mí me gusta nadar, yo nado a mediodía, y empezaron a darme unos dolores horribles en el pecho, y ya mi cardióloga me dijo que había que operar. Ya la novela había avanzado bastante, había comprado muchos libros sobre el corazón, pensaba mucho en el corazón, un poco por el cura, un poco por mí. Entonces era como una cosa muy obsesiva: tenía que acabar esto y escribí algún final. Luego llamé a mi agente la noche anterior de la operación y le dije ‘aquí está, si pasa algo, si me quedo idiota o me muero, tú buscas la manera de publicarlo’. Ya después salió bien y entonces me tomé un tiempo, la terminé de otra manera. Pero sí, tuve una experiencia muy fuerte en la vida. Es muy fuerte porque te matan más o menos, te paran el corazón, te colapsan los pulmones, te bajan la temperatura, claro, no te das cuenta de nada pero si estar muerto es no palpitar, no respirar y estar frío, pues uno está muerto, ¿no? (ríe, pero desde la conciencia de que puede todavía reír). 

P.- ¿Está mejor?

R.- Sí, sí, estoy mejor. Los cardiólogos dicen que estoy bien, pero uno queda tocado después de que le toquen el corazón. Entonces la novela la termino con esa inmersión, como dices tú, total en el personaje. Eso sí es tratar de meterse en el problema del otro, en el corazón del otro. Fue curioso, fue bonito y creo que de algún modo le ayuda a la novela a que se sienta ese corazón real.

P.- Hablando de corazones, me encantó que la casa de Laureles, a la que el protagonista se muda por razones médicas, fuera en sí misma una especie de corazón, con sus cuatro cuartos.

R.- Era bonito, me gustaba a mí también eso. Él de alguna manera llega como a un encierro, y la casa se vuelve como un cuerpo, tú estás dentro de ese cuerpo. Y los cuatro cuartos son como las cuatro cavidades del corazón. Y luego donde se cocina, se tira la basura o se lava la ropa son los intestinos. Sí, empecé a ver esa casa de una manera muy corpórea. 

P.- Escribió la novela en la que fuera la casa de Gabo en México. Vaya responsabilidad… ¿Le imponía?

R.-Sí, sí, bastante, bastante. Querían que el primer extranjero invitado fuera un colombiano, entonces me invitaron y yo sin vacuna ni nada me fui para allí. Cuando llegué a la habitación donde ellos dormían, pensaba ‘si escribo puras idioteces y tonterías, qué vergüenza’. Estuve medio paralizado un tiempo, pero luego dije ‘voy a hacer lo mejor que yo pueda, voy a seguir con mi novela’, escribí allí unos capítulos para mí importantes. Traté de seguir escribiendo sin ese peso tremendo encima. Lo que sí había un perro, un perro…

P.- ¿Ladrador?

R.-El perro del vecino, sí, que ladraba y ladraba. Yo me asomaba a la ventana, estaba el patio donde se supone que García Márquez había puesto las sábanas secándose al sol y que le habían inspirado el ascenso de Remedios la Bella hasta el cielo. No había sábanas, pero ese perro (imita fielmente unos ladridos)… Y yo decía ‘está ladrándome a mí, que no tengo derecho a estar aquí’ (se troncha).

«A mí las perversiones no me interesan mucho para investigar»

P.- Ya casi nadie piensa en los curas… Salvo usted. Y no ha escrito sobre ellos en un tono peyorativo, sino indagador. ¿Por qué ha optado por ello? 

R.- Pues mira, en este momento cuando aparece un cura en un libro generalmente es un cura perverso y pederasta y asqueroso. Y me parece muy bien denunciarlos, a mí también me parece asqueroso y execrable, pero a mí las perversiones no me interesan mucho para investigar. Yo, que he sido anticlerical, matacuras, ateo manso, y que he hecho sufrir tanto a mi mamá con mi ateísmo, dije le voy a escribir un libro de este personaje que a mí no se me olvida, que es un personaje real que yo conocí en un curso de neorrealismo italiano. Él me enseñó a ver cine, tenía un programa de radio sobre música clásica, era un gran experto en ópera y yo sabía que se había enfermado del corazón y había ido a una casa con dos mujeres y tres niños. Eso me parecía una historia rara, bonita. Un marido que se acaba de ir, y un padre (sacerdote) que entra a ocupar la posición del padre. Me gustaba la semilla de esa historia. Y tuve claro que no quería curas perversos, pero tampoco tradicionales. 

P.- ¿Y por qué ha querido que se enamorara, el Gordo?

R.-Bueno, por eso es novela, y no biografía.

P.- Eso le iba a preguntar, ¿a Luis no le pasó?

R.- No sé. No sabemos. Luis entró a esa casa. Es verdad que el marido se había ido hace poco. Es verdad que la mujer era italiana, joven y bonita, es verdad que había una empleada mulata con una niña, es verdad que había dos niños, pero ¿qué pasó adentro? Digamos que los amigos de él tenían indicios de que algo había pasado ahí, pero nadie lo sabía a ciencia cierta. Ahí deja de ser la vida de él y es lo que un escritor puede hacer en la ficción: a ese personaje de la realidad lo trasplanto a una novela y pienso, sospecho, creo que un hombre que se declaraba no dualista -para él el cuerpo y el alma eran lo mismo-, que ha vivido seriamente los votos de castidad, pobreza y obediencia durante 35 años, entra a una casa y no sé si lo tocaron, pero si entra a una casa y lo tocan…

P.- Como Darlis le toca a él en la novela cuando le da masajes…

R.- Como Darlis toca, ahí tiene que pasar algo. Es lo que yo propongo. Lectora, yo creo que pudo pasar algo así, ¿me lo crees?

P.- Justo por eso le iba a preguntar, porque ‘el Gordo’ dice que se enamoró por la boca (por las delicias que Darlis le cocinaba), y desde luego también por la piel, por los masajes y cuidados que esta le prodigaba. Le devuelvo la pregunta, a usted que es el escritor, ¿antes de eso no era capaz de enamorarse por la vocación o por pavor a ese terremoto físico? 

R.- (Héctor Abad se toma un tiempo para pensar, eleva la vista). Pues mira, yo creo que desde muy niño él era gordito, era malo para los deportes, no se creía atractivo, se refugió mucho en la cultura, iba a películas románticas con sus hermanas mayores para cuidarlas, se va enamorando del cine… a la madre le gustaba mucho la ópera, se enamora también de la ópera. Y el gran tema de la ópera es el amor, obviamente; así que se enamora del amor. También de las actrices, de María Callas; empieza a tener muchos amores idealizados, platónicos. Tal vez sintiéndose incómodo con su cuerpo y siendo un muchacho creyente de una familia tradicional se mete de cura y lo sublima a través del arte, musical o cinematográfico. Pero cuando uno se enferma y se enferma gravemente es muy normal mirar la vida hacia atrás, en retrospectiva, y mirar la vida hacia delante si uno se cura. Si mañana despierto y sé que vivo, ¿voy a ser el mismo o voy a cambiar mi vida? A partir de ahí empieza la fantasía.

P.- He rescatado una frase literal. «Cuando al fin resolvió consultar después de la alarma del coágulo, su fracción de eyección solo llegaba al 40%. Y al pasar más tiempo, cuando empieza esta historia y Luis entró a vivir en la casa de Laureles, lo que le quedaba de FE era apenas un 20%». Enfrenta sin remilgos toda la jerga médica relacionada con el corazón. ¿Por qué? 

R.- Con lo de FE porque en español funciona bien. Y porque cuando yo me enfermé lo que obsesivamente miraban los médicos era la fracción de eyección, y yo quería saber por qué era tan importante. Me decían ‘está mal tu válvula aórtica, pero la fracción de eyección todavía está bien’. Y ya no quise poner el gradiente (ríe). Hay enfermos a los que no les gusta saber nada de su enfermedad, a mí en cambio me gusta mucho estudiar, y por eso leí tanto sobre el corazón. El problema con el corazón crecido, que era lo que le pasaba ‘al Gordo’, ahí sí que es fundamental la fracción de eyección, porque se va abombando sobre todo el ventrílocuo izquierdo para poder compensar. Pero ese corazón que se va agrandando se va debilitando, así que tener un corazón grande es pésimo.

P.- Muy metafórico todo en la novela al respecto.

R.- Sí, y siempre me ha gustado en los cuentos cierta mezcla con datos científicos médicos. Tal vez por ser hijo yo de médico y porque a mi papá a mis hermanas y a mí de niños nos contaba cuentos inventados por él en los que no había monstruos ni fantasmas sino que todo eran bacterias, virus…

«Después de dos meses y medio el Gobierno de Petro sigue como si todavía estuviera en la oposición»

P.- Aquí teníamos una serie muy parecida, Érase una vez la vida. No sé si allá también.

R.- ¡No! ¿Era así?

P.- Sí, era de bichitos y nos la ponían desde pequeños, pero lejos de traumatizarnos, era muy didáctica.

R.- Sí, sí, ¿por qué hay que lavarse las manos? Porque hay muchas cosas que no se ven. Y que pareces limpio y te estás metiendo en la boca cosas que te van a dar diarrea o algo peor. Entonces sí, esa mezcla de literatura y ciencia me gusta, y por eso la meto. 

P.- Le tengo que preguntar qué sentimiento predomina en el suyo, en su corazón, con el nuevo presidente de su país, que lleva dos meses y medio en el cargo.

R.- (Se toma más tiempo que con ninguna otra pregunta). Bueno, mi corazonada es que este ensayo no va a salir bien, pero es muy nuevo el Gobierno, entonces no sabemos y hay que darle el beneficio de la duda, por lo menos uno o dos años. Lo que pasa es que ellos llegan al poder con declaraciones y promesas y ofrecimientos muy enfáticos, primero de que son el primer Gobierno progresista y popular de Colombia desde la independencia de España, es decir, desde Simón Bolívar hasta hoy, y la cosa es discutible. Todo suena muy bien, pero siguen después de dos meses y pico en el Gobierno como si todavía estuvieran en la oposición, con una manera de hablar muy agresiva, muy fuerte, muy furiosa, echándole culpa a todo el mundo, a los enemigos agazapados, ocultos. Yo les deseo lo mejor por el bien de mi país, ojalá salga bien y aprendan rápido a gobernar. Pero, yo voté en blanco, no voté ni por el señor de la derecha ni por el señor de la izquierda, lo cual hace que muchos de mis colegas escritores que son muy petristas ahora me detesten.

P.- Hay que separar.

R.-No, no lo lograron. Una animadversión, una ira… Y eso que solo me he pronunciado sobre política internacional: escribí una cosa sobre unas declaraciones que hicieron sobre Ucrania que me parecieron muy discutibles, porque quedaba en igualdad absoluta Rusia y Ucrania, Putin y Zelenski, como si fuera lo mismo invadir que ser invadido. Así que mi corazonada es que no va a salir bien, pero espero equivocarme (termina la frase Abad con su risa amable, y confesándonos que para salir de la obsesión en la que se sumerge con cada novela ahora está dedicado a la traducción de una novela de la escritora estadounidense Rebecca Goldstein. Cuando la termine, la sacará con Angosta, la editorial colombiana que dirige junto a su mujer. Todos los oficios del sector los trabaja Abad, dice, porque algún día pensó que, si el éxito como escritor no le llegaba nunca, quería estar cerca de los libros. Y lo logró con creces).

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