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Insegura y perfeccionista, así era Clarice Lispector en la intimidad de sus cartas

‘Todas las cartas’ reúne 284 misivas, 50 inéditas, que ayudan a comprender la trayectoria literaria de una las voces femeninas más importantes del siglo XX

Insegura y perfeccionista, así era Clarice Lispector en la intimidad de sus cartas

Clarice Lispector | Wikimedia Commons

Insegura, perfeccionista y obsesiva, pero también ingeniosa, cariñosa y leal, así se mostraba Clarice Lispector en la voz de la intimidad. Profundamente atormentada por ese «dolor» que suponía para ella la escritura, pocas son las cartas donde no hablara de sus lecturas o su obra literaria. «A veces –le escribió en una ocasión a su íntimo amigo, el escritor brasileño Fernando Sabino– la palabra que falta para completar un pensamiento puede tardar media vida en aparecer». Autora de libros como Cerca del corazón salvaje, La ciudad sitiada, La araña o La pasión según G.H, aquella insistente búsqueda la doblegaría hasta convertirla en el mito que es hoy. 

Pero, Lispector no lo tuvo fácil. Su literatura, muchas veces incomprendida y con un estilo realmente original, no encontró siempre el respaldo que a la intelectual le hubiera gustado. Varios de sus libros vagaron en una especie de limbo antes de llegar a la imprenta. Además, como refleja esta colección de Todas las cartas –que llega después de varios volúmenes recopilatorios como Correspondencia y Queridas mías, además de Cartas cerca del corazón, a cargo de Fernando Sabino–, la escritora siempre se mostró dubitativa con respecto a su obra, sobre la que pedía opinión constante a su círculo más próximo. 

Organizado por décadas, de 1940 a 1970, en este nuevo libro publicado por Siruela se reúnen 284 cartas, 50 de ellas inéditas, con destinatarios destacados de la cultura brasileña como João Cabral de Melo Neto​, Lúcio Cardoso o el propio Sabino. Un arduo recorrido por los entresijos de una mente original que ayudan a comprender la trayectoria literaria y el proceso creativo de una novelista que, a lo largo de su vida, tuvo que lidiar con sus continuas inquietudes. 

Y es que, como explica Pedro Karp Vasquez en el epílogo, «aunque pueda divagar sobre cuestiones domésticas y situaciones cotidianas, sobre todo en las cartas dirigidas a sus hermanas, Tania y Elisa, Clarice no solía perder el tiempo con confidencias inútiles y, mucho menos, con chismes sobre la vida ajena, prefería escribir sobre sus propios sentimientos y sobre los textos en los que estaba trabajando. Por lo tanto, si la correspondencia de Clarice es avara en confidencias y confesiones, es riquísima en lo que se refiere a su proceso de escritura, y en detalles sobre los motivos reales que dirigían la producción de su obra literaria».  

Una rusa que vive en Brasil

Hay, eso sí, detalles cotidianos en estas correspondencias que Lispector disecciona con una particular y brillante gracia. «Hay un baile y existe una probabilidad entre tres millones de que yo vaya: no tengo vestido (quería hacerme una falda larga de terciopelo y una blusa de encaje, pero es carísimo). Recibí el lunes 281$ en la redacción en concepto de unas traducciones antiguas. Pero entre las cualidades del dinero no está la elasticidad», le escribió a su hermana Elisa en la primera carta que aparece en este volumen, datada en mayo de 1940.  

Desde entonces hasta la década de los 70, Lispector se revela como una gran escritora de cartas. Muy especialmente en esos convulsos años 40 que coinciden con la vida de la escritora en el extranjero, alejada de su añorado Brasil. Y es que, aunque nacida en Chechelnik (actual Ucrania), descendiente de judíos rusos, la novelista había vivido casi toda su vida allí, algo que no impidió que en 1941, al alcanzar la mayoría de edad, tuviera que solicitar la nacionalidad brasileña. Como ella misma recordó en varias curiosas cartas dirigidas al expresidente Getúlio Vargas, en 1942 donde se definió como «una rusa de veintiún años que vive en Brasil desde hace veintiún años menos algunos menos. Que no sabe una sola palabra de ruso pero que piensa, habla, escribe y actúa en portugués», llegó a Pernambuco con sus padres poco meses después de nacer el 10 de diciembre de 1920. 

De estos primeros años son también las epístolas destinadas a quien habría de convertirse en su marido y padre de sus hijos, el diplomático Maury Gurgel Valente. En una de 1942 relata, sin perder sus dotes literarias: «He encontrado una pequeña cascada, algunas montañas muy verdes, excelentes vecinos inexpresivos. Pero ando de un lado a otro, dentro de mí, las manos abandonadas, preparada para inventar una tragedia rusa, dispuesta a crear un motivo que me despierte… horrible». 

Los largos años en el extranjero 

Fue precisamente tras su enlace con el diplomático cuando Lispector tendría que separarse de su familia para emprender un largo viaje por Europa y Estados Unidos. Y aunque ella misma renegó de su capacidad para escribir sobre otros países –«la verdad es que no sé escribir cartas sobre viajes; la verdad es que no sé viajar», les confesó a sus hermanas–, lo cierto es que la realidad chocaba con las opiniones sobre sí misma. Perspicaz observadora, escribió sobre su primer destino en Nápoles: «Es una ciudad sucia y desordenada, como si lo principal fuera el mar, la gente, las cosas. La gente parece vivir provisionalmente. Y todo aquí tiene un color desvaído, pero no como si tuviera un velo por encima, son sus colores verdaderos».  

Parte de aquella impresión tuvo que ver, probablemente, con los acontecimientos históricos que azotaban Europa en aquellos terribles años de la Segunda Guerra Mundial. «Por haberme ofrecido a hacer algo –le contaba al respecto a su hermana Elisa en 1945–, ahora estoy trabajando como mecanógrafa con el coronel Julio de Morães. Voy allí todas las mañanas y salvo a la humanidad copiando a máquina con letra bonita unas cosas. Pretendo también visitar a los heridos. Ayudamos personalmente y en cada caso como podemos, y eso no es nada». 

Aquella imagen de Italia, no obstante, contrastaría tiempo después con el paisaje de Berna (Suiza), su segundo destino en el viejo continente. Una ciudad que le resultó «encantadora, limpita» donde «todos tienen las mejillas sonrosadas y un aire serio y decente». Sin embargo, aquel espejismo pasaría a revelarle una inquietante realidad. Así, escribió también, «es terriblemente silenciosa, las personas también son silenciosas y ríen poco». Se trataba aquello de una calma que a ella, de hecho, le alteraba. «Es una pena que no tenga paciencia para apreciar una vida tan tranquila», reconoció.  

Tampoco Estados Unidos, donde se trasladaron a finales de la década, pareció apaciguar su descontento. «Washington es una ciudad tan amplia, de calles tan abiertas que arropa poco, da una impresión de vacío, de falta de algo qué hacer; no hay como las calles más estrechas y un poco sucias para facilitar cierta concentración, aunque sea una concentración inútil, solo para ver el cerezo en flor y el jardín que brota», opinaba. 

El duro oficio de la escritura

Pero si algo evidencian estas cartas es la inquietud casi enfermiza de Lispector por la escritura, algo que le produjo tantas alegrías como sinsabores a lo largo de su vida. «Tengo ganas de no escribir nunca más, es demasiado duro», le confesó a su amiga Nélida Piñon en marzo de 1971. Una tortuosa actividad que ya desde muy joven se había implantado en la ambiciosa mente de la escritora, consciente de que solo era «un estado potencial» con «agua fresca», pero del que le costaba «descubrir dónde está el manantial», como compartió con su íntimo confidente, Lúcio Cardoso.  

Es precisamente Cardoso, uno de los interlocutores más asiduos de la escritora, con quien Clarice más se mostraría insegura con una honestidad apabullante: «Antes de empezar a escribir tenía la impresión de que te iba a contar cómo he escrito –le contaría en otro momento–, cómo he dudado, cómo me parece horrible lo que he escrito, cómo a veces me parece maravilloso y dos días después aquello no vale nada, cómo he aprendido a ser paciente, cómo me da miedo ser una escritora bien instalada, cómo tengo miedo de usar mis propias palabras, de explorarme». 

Pero el escritor brasileño, uno de los grandes exponentes de la literatura brasileña de la década de los 30, no sería el único destinatario de estas reflexiones. Como señala la biógrafa Teresa Montero en el prólogo de esta recopilación, otra figura fundamental en la vida de la novelista fue el poeta João Cabral de Melo Neto a quien la escritora le llegó a afirmar desafiante: «Cada vez me parece que la novela no es literatura, sería necesario hacer algo nuevo, João Cabral, no por el bien de la literatura, por el bien de la vida, sería necesario mirar de otro modo, sería necesario adivinar más, sería necesario no sufrir más». Estas opiniones, analiza la propia Montero, «nos ayudan a entender cómo fue construyendo la escritora su camino, no de una manera solitaria, a pesar de la distancia geográfica, o movida solo por el estado de inspiración, sino en diálogo con sus amigos y con las lecturas de las obras que marcan su ficción literaria».

Dramas de publicación 

A esta inseguridad de Lispector, tampoco ayudaron las continuas dificultades con las que la intelectual se topó a lo largo de su vida a la hora publicar su obra, lo que la obligó a insistir una y otra vez sobre las mismas cuestiones. Pero es que, como le reconocía al escritor Rubem Braga en 1956: «Cuando escribo una cosa va dejando de gustarme poco a poco, y si no se publica inmediatamente solo siento malestar (…). Una cosa escrita y no publicada me crea una gran frustración, me siento como una chica que hace un ajuar de boda y que lo guarda en un baúl. Antes casarse mal que no casarse, es horrible ver cómo amarillea el ajuar». 

Pero incluso cuando se publicaban, Lispector nunca era capaz de alegrarse del todo. «Ahora estoy un poco deprimida porque venía leyendo partes en el tranvía y he descubierto que si valió la pena escribirlo no vale la pena leerlo. Las cosas mueren en nuestras manos», reflexionó tras la edición de su primera novela, Cerca del corazón salvaje, en una carta dirigida a Fancisco de Assis de Barbosa.

Profundamente perfeccionista, estas misivas nos muestran a una mujer capaz de perder el sueño por una coma mal puesta: «Hoy me he acordado de una cosa y te escribo rápidamente para no perder fragmento, si no me equivoco, hay una coma que me molesta muchísimo, me gustaría que la quitaras en nombre de nuestra amistad –le rogó divertidamente a Cardoso–… Si crees que no debería publicarse ya es otra cosa». Que revisaba minuciosamente hasta las traducciones de sus trabajos, como muestra en esta otra carta remitida a su editor francés en 1954,  tras recibir una copia de la traducción de Cerca del corazón salvaje: «Estimado señor –le respondió–, acabo de leer las pruebas de la traducción de mi libro y es urgente que sepa que no puedo consentir que el libro sea publicado tal como está ahora. La traducción es escandalosamente mala».

Periodismo y feminismo 

Además de escribir, Lispector trabajó desde muy joven redactando artículos de opinión y moda en diversas cabeceras. A veces con seudónimos como Tereza Quadros o Helen Palmer, le confesaba a Sabino en 1953, después de pedirle trabajo en la revista brasileña, Manchete: «No me gusta firmar, no porque mi nombre esté vinculado a la literatura, sino porque está vinculado a mí misma; tendré, por lo menos al principio, la impresión de estar presente en persona, leyendo mis noticias y probablemente muerta de vergüenza. ¿Es realmente imposible resucitar a Tereza Quadros? Ella es mucho mejor que yo, sinceramente: la revista ganaría mucho más con ella; es muy dispuesta, femenina, activa, no tiene la tensión baja, incluso a veces es feminista; una buena periodista, en definitiva».

Autora de numerosos artículos, en 1974 firmó su carta de despido del Jornal do Brasil, cabecera que le había dado la popularidad masiva que nunca obtuvo de su obra y donde trabajó en sus últimos años. «Me han despedido y necesito el dinero –le escribió al precursor del realismo fantástico, el cuentista Murilo Rubiao–. Ha sido sin aviso previo, me han devuelto las crónicas de enero que les mandé por anticipado y una carta en la que ni si quiera agradecen los servicios prestados durante casi siete años (…). Pero esto tiene una ventaja: dejo, por lo menos temporalmente, de escribir esas malditas crónicas que me ataban y me quitaban la libertad. Y lo que yo quiero realmente es libertad».  

En su última nota escrita en noviembre de 1977 –Lispector moriría el 9 de diciembre de ese mismo año–, reivindicaba proféticamente a la escritora Lygia Fagundes Telles: «Me gustó mucho que Rachel de Queiroz entrara en la A. B. L. Si tuviera poder, daría la segunda plaza a Dinah Silveira de Queiroz, que ha conseguido para la mujer brasileña un lugar al sol. Aunque yo no deseo la muerte de nadie, sugiero que la tercera plaza sea cubierta por Lygia Fagundes Telles. ¿Creen que sugiero demasiadas mujeres? No, no, es que la Academia Brasileira de Letras tiene una gran deuda con las mujeres. Y si Nélida Piñon estuviera en la Academia esta experimentaría una transformación revolucionaria, porque Nélida tiene valor para renovar». Fangudes Telles ingresó en la Academia Brasileira de Letras, el 24 de noviembre de 1986, y Piñon el 27 de julio de 1989. Fallecida recientemente esta última se convirtió en la primera mujer en asumir la presidencia de la Academia durante el bienio 1996–1997. Con todo, en sus últimos años, la correspondencia de Lispector había mermado considerablemente. En septiembre de 1975, le contaba a su ayudante, compañera y secretaria, Olga Borelli: «Nunca he pretendido asumir una actitud de superintelectual. Nunca he pretendido asumir ninguna actitud. Llevo una vida muy común. Crío a mis hijos. Cuido de la casa. Me gusta ver a mis amigos, el resto es mito».  

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