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Capital sin reservas

Feijóo a cara de perro ¿rottweiler o caniche?

Sánchez tratará de emboscar al líder popular para pedirle que ‘arrime el hombro’ cuando lleguen las vacas flacas

Feijóo a cara de perro ¿rottweiler o caniche?

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo.

La multinacional china Huawei, que fuera incluida en su momento por Donald Trump dentro de la lista negra de empresas vetadas en Estados Unidos, ha conseguido hacerse con el favor en España de los dos grandes e irreconciliables partidos del arco parlamentario. El capote del PSOE al mayor fabricante de telecomunicaciones del mundo es un secreto a voces dados los buenos y conocidos oficios de Zapatero y de la consultora Acento, el lobby que encabeza el antiguo ministro Pepiño Blanco. A ellos se ha unido ahora el más elocuente silencio con que la dirección del Partido Popular en el Congreso ha frenado las preguntas que dentro de su grupo se estaban elaborando para exigir al Gobierno una posición oficial sobre las actividades de Huawei y sus contratos de suministro con Telefónica y el resto de operadoras en nuestro país.

Alberto Núñez Feijóo y especialmente su flamante portavoz Miguel Tellado van a tener que esmerarse para definir un modelo de oposición sin fisuras y que no admita el más mínimo respiro al esperpento de esa España en almoneda patrocinado por el otro PSOE de Pedro Sánchez que denuncia Alfonso Guerra. La protesta sistemática contra actuaciones abiertamente nocivas para la convivencia pública no puede relajar la crítica firme de medidas de calado económico que van a resultar trascendentales para el futuro más inmediato de los ciudadanos. El Partido Popular no debe sucumbir a los intereses creados del mundo corporativo y de los negocios cuyas relaciones de camaradería interfieren de manera directa en la actuación de los partidos más conservadores y tampoco puede caer en la trampa de apoyar las falaces iniciativas de carácter social que les han de pasar por la izquierda envueltas en papel de estraza progresista.

Aunque el clamor de la calle y las engañosas encuestas de marras parecen indicar lo contrario, el primer partido de la oposición, que para más señas es también la primera fuerza política de la nación, se encuentra en una situación realmente insólita. Pese a su guarnición de 137 diputados en el Congreso y con una mayoría incontestable en el Senado, el PP se ha constituido como una isla sin capacidad para aunar voluntades parlamentarias que satisfagan las expectativas de aquellos que no se resignan a soportar otros cuatro años con Pedro Sánchez en la Moncloa. La confraternización con Vox ha habilitado posiciones masivas de control a nivel territorial pero en el plano nacional, donde se ventila la representación más elevada del poder, supone un hándicap evidente que aboca a un posicionamiento descarnado y muy incómodo para la actual dirigencia del partido.  

Tras la amnistía, la economía

Más allá de la defensa a ultranza de la Carta Magna y del alabado espíritu del 78, los populares siguen lamiéndose las heridas del fallido 23 de julio y todavía no tienen claro el ideario que les permita armar una estrategia de oposición efectiva y sostenible a medio plazo. Feijóo ha salvado los muebles para consolidar su jefatura dentro del partido pero una vez superado este rubicón falta por comprobar si la imagen del hombre de Estado que adornó el discurso de su fallida investidura es capaz de sostener a la vez una pose recia e inquebrantable contra el Gobierno como la que exhibe un día sí y otro también Isabel Díaz Ayuso. La brecha generacional con la presidenta de la Comunidad de Madrid es una bendición para la estabilidad del actual mando en Génova pero Sánchez no ha tardado en castigar el flanco que se presume más dúctil y emoliente del llamado líder conservador.

Feijóo ha mordido la manzana que ladinamente le ha ofrecido Sánchez con motivo de la pasada reunión navideña en el Congreso de los Diputados. Voces autorizadas del PP consideran que el encuentro no significa nada y que, al igual que la lideresa madrileña, “el presidente nacional lo único que ha hecho es demostrar su buen gusto por la fruta”. Otra cosa muy diferente son las suspicacias que pueda levantar en el electorado más conservador la posibilidad de que el Partido Popular termine por caer en el embrujo de ese ecumenismo posmoderno y falaz con el que Sánchez trata de marcar la agenda impuesta por las fuerzas anticonstitucionales que le han aupado a La Moncloa bajo un régimen de libertad vigilada. En el revolucionario marco parlamentario que se vive en España la política de gestos es indispensable y la esperanza de una oposición firme exige ante todo mantener muy claras las distancias.

El reciente pacto socialista con Bildu para que los proetarras gobiernen el Ayuntamiento de Pamplona debería alertar del venenoso talante político que degusta el jefe del Ejecutivo. El sabor de la traición como botón de muestra induce a reprimir cualquier intento de futuras emboscadas en las que se pondrá en juego la imperiosa responsabilidad transaccional en materias menos elementales para la estabilidad institucional del Estado pero mucho más pegadas a las necesidades cotidianas de los ciudadanos. Cuando se desvanezca la ebullición contra la amnistía catalana y los tratamientos de choque se desplacen al ámbito de la economía Sánchez llamará de nuevo a capítulo a Feijóo y no dudará en trasladar hacia el PP la carga de la prueba si la confrontación ideológica imposibilita, como es de temer, cualquier posibilidad de acuerdo en materia social.

Los riesgos de caminar sobre las aguas

La memoria histórica, no solo la que sustenta el ideario político removiendo tumbas sino la que perdura de modo mucho más reciente en el imaginario colectivo de la gran recesión, servirá también de invocación contra el Partido Popular en cuanto lleguen las vacas flacas. Sólo hace falta recordar los cínicos reproches con que María Teresa Fernández de la Vega, a la sazón vicepresidenta del Gobierno, trataba de arrinconar allá por 2009 a Mariano Rajoy acusando a la oposición de “no arrimar el hombro” contra la crisis. El desahucio del PSOE a manos del viejo tripartito catalán dejó tirado en la cuneta a Zapatero y el entonces jefe del Ejecutivo, que había quemado a fuego lento la economía negándose a aceptar el más mínimo atisbo de crisis, no tuvo mejor ocurrencia que buscar en la bancada popular a los culpables del incendio.

Sánchez lleva la misma carrera que su antecesor socialista sólo que su zancada es más larga y descuidada por cuanto que no repara en saltarse ninguna de las líneas rojas que se le presentan por el camino. Feijóo no puede permitirse el lujo de vacilar frente a un rival despojado de la piel de cordero y fornido en el cuerpo a cuerpo de una hostilidad ejercida como arma pendenciera, y casi única, de toda su acción política. Ponerse los domingos de tiros largos para afear en plena calle los desmanes febriles de un presidente desaforado en su delirio de poder o solicitar la ilegalización de los partidos que promueven la deslealtad institucional constituye una obligación patriótica en medio de la continua refriega electoral. Pero el PP necesita algo más si no quiere convertirse en un partido meritorio que solo aspira a librar una oposición caminando sobre las aguas como ya hiciera cuando saboreó las mieles del triunfo con el respaldo de una amplia mayoría parlamentaria.

Los complejos atávicos que históricamente aturden los movimientos del centro-derecha en nuestro país han favorecido el relativismo de una izquierda supremacista, reaccionaria y obcecada en programar la obsolescencia de un régimen constitucional que, todo hay que decirlo, se tambalea desde hace años ante la falta de obras de mantenimiento que refuercen la cimentación o, al menos, rehabiliten su fachada. La escasez de reformas estructurales, tanto desde el punto de vista del supremo ordenamiento legal como también en materia económica y social, ha dado paso a una pulsión rupturista acaudillada por el investido presidente de la amnistía. A partir de este momento, todo es posible en la España sanchista y de las Junts. Por lo menos mientras el guardián de las esencias que se intuye tras la figura circunspecta de Feijóo no aclare la cara de perro con que va a defender la finca. Si será un fiero rottweiler o se quedará en un bonito y aseado caniche.

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