Aprendizaje

Más Prozac y menos Platón

Más Prozac y menos Platón

Imagine que usted, amable lector, va leyendo absorto, por mitad de la calle, La República de Platón. Acompañado de Glaucón, el hijo de Aristón, bajé ayer al Pireo con propósito de orar a la diosa… Es un relato apasionante, repleto de claves que el paso del tiempo ha hecho que escapen a nuestra interpretación. Camina distraído, la cabeza gacha, los ojos fijos en el smartphone. Imagine también que, llevado por su obnubilación, no ha detectado el adoquín roto que se anuncia a solo tres, dos, un metro de distancia. Que da un tropiezo y, entonces, ¡ay! Todo pasa deprisa. Cae al suelo, fractura abierta de tibia y peroné, entre alaridos de dolor.

Felices deberes

Felices deberes

Es mucho mejor practicar diez minutos de ejercicio al día, que pasar tres horas en el gimnasio y no volver en todo un mes. ¿Pero qué pasa cuando el deporte se reduce a hacer unos saltitos un tanto gansos y cinco abdominales con la espalda torcida en el saloncito de casa?

Se los debemos

Se los debemos

A mí, que soy hombre de consenso, me gustaría zanjar esta polémica diciendo que yo también estoy en contra de los malos deberes y a favor de los buenos. Pero mucho me temo que la polémica que nos ocupa no tiene tanto que ver con los deberes como con el pánico que todo buen demócrata siente ante la desigualdad, a la que no sabe concebir como nada más que como injusto privilegio. Y qué duda cabe que los deberes la evidencian de forma inevitable, si no es que incluso la causan ellos mismos. 

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