Tarde, otra vez
«Ni Neruda, Lope o Benedetti podrían susurrarme mejor en cada embate de su cadera sobre la mía, que la simple idea de sus ganas de mí»
«Ni Neruda, Lope o Benedetti podrían susurrarme mejor en cada embate de su cadera sobre la mía, que la simple idea de sus ganas de mí»
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