En estos días de verano, cuando el curso político catalán se acerca al breve parón estival, una pregunta se cuela en la mayoría de conversaciones: ¿Qué ocurrirá en otoño? A veces es planteada con una mueca de satisfacción, la del independentista que anhela tras cinco años de proceso que se rompa la baraja; otras, con un rictus de preocupación y hartazgo por un horizonte de agitación, inestabilidad y más ruido. Y en ninguno de los casos, actores del proceso, espectadores o rehenes del mismo, nadie sabe exactamente qué responder. ¡Qué decir si los dirigentes en Barcelona y Madrid parecen huidizos adolescentes cuando se les cuestiona sobre el cacareado choque de trenes!