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Alcohólicos Anónimos: "Si ser borracho está visto como una vergüenza, ser mujer borracha el doble"

En España, Alcohólicos Anónimos cuenta con 10.000 miembros en recuperación

Alcohólicos Anónimos: «Si ser borracho está visto como una vergüenza, ser mujer borracha el doble»

Hace 84 años, un 10 de junio de 1935, nacía un método revolucionario y eficaz para resolver un problema común y ayudar a otros a recuperarse de una enfermedad que produce tres millones de muertes en el mundo. Hablamos del alcoholismo, un factor causal en más de 200 enfermedades y trastornos, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Un hombre de negocios de Nueva York, Bill W., que había conseguido permanecer sin beber por primera vez tras haberlo intentado en varias ocasiones, buscó a otro alcohólico para compartir con él sus experiencias. Contactó con el doctor Bob S., que tenía problemas con la bebida, y juntos descubrieron que su capacidad para permanecer sobrios estaba muy relacionada con la ayuda y el estímulo que ellos pudieran dar a otros alcohólicos.

Sin saberlo comenzaron a fraguar la que sería la casa de millones de personas con una enfermedad crónica, en permanente crisis consigo mismos y con un único objetivo: mantenerse sobrios. Hablamos de Alcohólicos Anónimos, una asociación que 84 años después ha conseguido ayudar a millones de hombres y mujeres –en la actualidad tres millones de personas se encuentran en recuperación–, a través de más de 115.000 grupos en 180 países. En España, hay 614 grupos con 10.000 miembros, según datos facilitados por la institución en una rueda de prensa en el Teatro Soho Club de Plaza España, donde un centenar miembros de la asociación y familiares se han reunido para celebrar este día.

Son una pequeña familia. Sólo percibo muestras de cariño y afecto entre ellos. Abrazos, besos y presentaciones de familiares entre aquellos pocos que aún no se conocían. La sala está llena a reventar de héroes anónimos, que no secretos, con historias de lucha, superación y sobre todo valentía, como la de S.R., una joven que llegó con 32 años a Alcohólicos Anónimos tras darse cuenta que su «aliado» era «el mismo demonio». Y es que el principal escollo de S.R. era no reconocer la enfermedad. «Yo no me reconocía como alcohólica, quizá, a veces, como borracha, pero ¿alcohólica? No, yo pensaba que una persona alcohólica era quien estaba tirada en un portal con un tetrabrik, y yo no era esa», recuerda emocionada, pero con voz firme ante la mirada de apoyo de sus compañeros.

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Foto: Christopher Sardegna | Unsplash

«Me costaba aceptar mi enfermedad, una enfermedad tan asquerosa que te deja sin dignidad, nadie quiere ser un enfermo alcohólico porque si ser borracho es una vergüenza, ser mujer alcohólica el doble«, asevera quien lleva ya 20 años en la comunidad y quien ha sufrido dos recaídas: «Si la primera vez que ingresé fue dura, en mi segunda recaída fue peor porque ahí me di cuenta que voy a ser alcohólica hasta que me muera«.

Sin embargo, S.R. ahora habla con la convicción de quien sabe que el alcoholismo es una enfermedad que no se cura, pero de la que se puede salir y tener una vida «muy feliz, digna y útil». Según datos aportados por Alcohólicos Anónimos, casi tres de cada cinco miembros (64,6%) no han tenido recaídas.

Por otro lado, la proporción de mujeres que ingresan en la institución viene creciendo en los últimos años. Si en 2017, el 26,5% de los miembros eran mujeres, frente al 73,5% que eran hombres, en 2004 este dato era del 23,5% y en 1994 del 21,3%, con una edad de entrada de unos 52 años, frente a los 54 que lo suele hacer el hombre.

«Me considero padre, marido e hijo desde hace dos años y ocho meses»

A.D. es un joven de unos cuarenta años de Majadahonda. Hace tres años llegó a Alcohólicos Anónimos con «una vida totalmente destruida». Con una infancia feliz y criado en una familia de clase media-alta, recuerda su adolescencia como «esa época en la que siempre quería hacerme notar entre las chicas y me gustaba dar la nota». «Un rebelde sin causa», se describe. Sin embargo, a pesar de esa imagen de chico guasón y echado para delante, se escondía una persona llena de inseguridades y miedos. «Tenía 15 años cuando hice mi primer botellón. Me gustaba una chica a la que nunca me había atrevido a decirle nada. Pero ese día no sólo me confesé sino que también pude besarla», recuerda. Ahí comenzó su perdición, lo que en ese momento A.D. consideraba su liberación.

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Foto: Mason Panos | Unsplash

Sin embargo, de esa primera borrachera de adolescente vinieron más noches –y días– de ebriedad, vinieron pérdidas de trabajo, de amistades y de –casi– perder lo que más quería: su mujer y sus hijos. «Un día mi mujer me puso los papeles del divorcio en la mesa, también venían con una orden de alejamiento porque yo había puesto en peligro en más de una ocasión a mis hijos, eso me hizo despertar», recuerda emocionado. «Hoy he recuperado las ganas de vivir y tengo un trabajo digno. Y desde hace dos años y ocho meses me considero padre, marido e hijo».

Ahora, A.D. da charlas en colegios e institutos: «Los chavales me dicen que ‘qué putada’ que me haya pasado algo así. Sin embargo, a mí me ha enseñado a querer la vida y ser mejor persona».

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