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Viento nuevo

Las ganas mojadas de Putin

«La Tercera Guerra Mundial está aquí y nadie lo ve: pura distopía nuclear»

Las ganas mojadas de Putin

Ilustración de Putin. | Alejandra Svriz

La tortícolis es una enfermedad intelectual. El personal mira con ojos blancos y sin negro en el centro a un extremo (Gaza) sin saber, ni acaso intuir, que lo gordo y peligroso está en el contrario (Putin). El periodista e historiador británico Timothy Garton Ash (imprescindibles sus ocho libros como analista político) lo ha gritado hasta quedarse afónico: “Europa no sabe que está en guerra” (nadie ha ido más lejos en memoria, prospectiva e identidad política que su incendiario Europa: una historia personal, Taurus, 2023). El personal anda a uvas y Putin no duerme por las noches entre carcajadas y chistes húmedos

Afónico agoniza Jorge Dezcallar (exdirector del CNI) tras su último parto: El fin de una era: Ucrania, la guerra que lo acelera todo (La Esfera de los Libros, 2024). Todos los nacionalismos son expansivos y, si hasta los catalanes hablan de corrido sobre los Países Catalanes, las ansias imperialistas de Putin son y serán incontenibles. Rusia quiere ser la extinta URSS pero no lo es: le falta dinero. El PIB  de Estados Unidos es de 23 billones, el de China anda por los 17 y el actual ruso no llega a dos billones. Kiev se sostiene en la actualidad con un par de ayudas: la financiera y la correspondiente a Inteligencia, esta última en manos por entero de los americanos: si gana Trump, lo sabemos, Washington retirará su apoyo. Un Putin desatado se comerá, a dos carrillos, todo el pastel libre a su paso. La Tercera Guerra Mundial está aquí y nadie lo ve: pura distopía nuclear, porque todo será apretar botones, sin mayor tráfago ni combate pesado de tanques.

Europa solo puede defenderse con un ejército europeo que no tiene y niega. Los teóricos compadecen, comparten, el discurso histórico de Putin: si Ucrania fue Rusia en tiempos de Lenin; si Lenin creó Ucrania y él, Putin, puede deshacerla. Por lo bajinis, en el contacto de un susurro con otro, apoyan que el país siga existiendo pero nadie ve la amenaza real del sueño imperialista de Putin, que no se va a quedar en Ucrania y no conoce fronteras. Los suecos, Macron, unos pocos andan a la que salta, pero la mayoría ignoran o sepultan en el más cómodo y beneficioso olvido la amenaza real. La ambición rusa envuelve el caramelo de la forma más elegante posible: el Kremlin culpa a los ucranianos por el inicio de la guerra y todos alrededor, de una forma u otra, asienten con la cabezota, mientras cuentan los muertos en Gaza.

Putin se desgañitó internacionalmente con sus conferencias ambulantes sobre la idea de que Ucrania no existe como estado –de donde parte el libro de Dezcallar- y de ahí la inmediata justificación internacional para incorporar el territorio al estado. Putin, en el fondo, conoce bien a la UE y sabe, militarmente sobre manera, cómo cada país miembro va a su bola, a su rollo, y eso es lo que le anima desde las húmedas sombras a seguir descojonándose de todos ellos. La guerra en Ucrania es un velo ideal, la mejor tramoya, para dibujar cierto escenario frente al público y otro trasero, sí, donde arde despacio la secreta hoguera. El desorden internacional es realmente las ganas de unos pocos listos por no repartir la tarta. Europa, al componerse a trocitos, jamás habla con una sola voz y su política exterior es nula. Solo un ejército europeo común frenaría a cualquier genocida bajito y con ganas de dejarse bigotín. 

Trump quiere merendarse a Europa de una forma muy simple, cortando amarras y encendiendo el televisor para ver cómo ella misma se devora entre sus partes, para pasmo general. Trump dice que puede solucionar el conflicto ucraniano en 24 horas, y el primero que se lo cree es Putin, porque si Trump gana Ucrania desaparece. Será el momento en que la ambición e invasión rusa, que es lo mismo, coja alas y levante el vuelo. Dezcallar lo cuenta en la prosa de Nostradamus: “Si ahora viene Trump y dice adiós a la OTAN nos quedamos desmantelados frente a una Rusia agresiva”. El olor de la sangre despierta el hambre en el tiburón. La única respuesta que tiene la UE a todo lo anterior es graciosa, cómica, infantil: más sanciones a Rusia como notas a fin de curso (10 paquetes lleva) pero que por nada del mundo entre Ucrania en la OTAN porque nos quedamos todos con el culito al aire y en pompa. Que entre, si quiere, en la UE, a nivel teórico, nominativo, administrativo, rótulo en un papelito, pero ni un paso más allá del escalón dicho. La mentira oficial no puede estar más acreditada: la UE jamás le ha dado armas suficientes a Ucrania para ganar, ni siquiera para defenderse, donde la mayor felonía fue la entrega militar tardía, defectuosa, nefasta, pura engañifa y apestoso ful.

Una UE que no enfatice su defensa militar está vendida. Algún profeta pide ahora un acuerdo similar al de Corea, armisticio y alto el fuego, sin que las partes renuncien a sus objetivos. La UE no pondrá suficientes soldados para vigilar dicho cumplimiento, por lo que seguimos vendidos. El personal tiene ya el cuello roto, antes torcido, al mirar a Gaza mientras Putin se frota las manos, porque hasta que llegue Trump compensa que los americanos tengan un juguetito nuevo con el que entretenerse. No miran a Zelenski, el Oriente Medio lo copa todo, y Putin crece un palmo a cada segundo de espera. Insinuó la exministra de Asuntos Exteriores Arancha González Laya: “El futuro de Europa está en manos de los electores estadounidenses”. Solo un ejército europeo serio frenaría dicho asedio y las ganas mojadas de Putin.

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