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La venta de sus hipercoches: el otro negocio de los corredores de la Fórmula 1

Es una pauta bastante frecuente que el periodo de amor con sus deportivos tenga una duración limitada

La venta de sus hipercoches: el otro negocio de los corredores de la Fórmula 1

El piloto de Fórmula 1 Lewis Hamilton. | Zuma Press

La escena debió de ocurrir en el invierno de 1996 o principios de 1997. Michael Schumacher acumulaba ya dos títulos mundiales de Fórmula 1, y estaba en el Circuito de Jerez durante unos entrenamientos. En aquella época la F1 no gozaba de la popularidad y el peso mediático actual, y era habitual que muchos aficionados accediesen a la zona donde estaban los tráilers y carpas de las escuderías. Así que un tipo, con un Audi A3 nuevecito, pidió al astro alemán que le firmase en el salpicadero de su flamante compacto, un modelo recién sacado al mercado el año anterior.

En un principio el piloto torció la cabeza, pero sonrió levemente, se introdujo en el compacto, y estampó su firma con un rotulador indeleble de tinta blanca. De manera automática, aquel coche ya costaba más, adquirió un valor extra. Si en ese momento lo hubiera llevado a Alemania, donde Schumacher había estallado como héroe deportivo, hubiera podido subastar ese coche y comprarse unos cuantos a cambio.

Acceso exclusivo

Ser piloto de Fórmula 1, sobre todo si eres de los llamados a ganar carreras, o mejor aún títulos, es como tener una tarjeta platino de la vida. Todas las puertas se te abren, no necesitas reservar mesa, los lujos y exclusividades vienen a buscarte, y los deseos tienden a convertirse en acciones inmediatas. De forma paralela y siendo los conductores más cualificados del universo conocido, es habitual que en sus garajes duerman los coches más rutilantes del mundo.

De manera acostumbrada, los pilotos que corren para escuderías con marcas de referencia suelen tener una serie de condicionantes específicas al respecto. Ferrari no regala sus deportivos a sus pilotos, que si los quieren han de pagarlos como todo hijo de vecino. Lo que sí ocurre es que les ceden coches de otras marcas asociadas, o propias, si no son exuberantes. Fernando Alonso conducía Mercedes CLS cuando fichó en 2007 por McLaren-Mercedes, o Clíos y Meganes altísimos de gama que le cambiaban cada tres meses cuando lo hizo para Renault. Alpine sacó una serie específica de su A110S que condujo durante un tiempo y que le encantaba.

Lo usual es que los supercoches sean adquiridos de forma normal, aunque sí que tienen ventajas para acceder a ellos. Cuando McLaren se asoció con Mercedes para crear el SLR, un deportivo que costaba 600.000 euros en 2003, Adrián Campos estuvo barajando solicitar uno. Las marcas implicadas asignaron al mercado español cinco unidades en su primer año de comercialización, y de haber sido ‘para el piloto’ se lo hubieran concedido con relativa facilidad.

Vida limitada

Es una pauta bastante frecuente que el periodo de amor con sus deportivos tenga una duración limitada, ya sea en el tiempo o en la distancia recorrida. El añadido es que tras el paso por sus manos, muchos de estos coches adquieren un valor extra, un añadido emocional por el que cualquier millonario aburrido paga generosamente y poder decir a sus amigos, «este coche fue de fulanito, que me entregó las llaves en mano».

Dicen que cuando se compra un coche y sale del concesionario pierde un 20% de su valor. Pues en el caso de Lewis Hamilton fue justo al revés. En 2014 escuchó el motor Mercedes AMG de un Pagani Zonda y automáticamente pidió que le fabricasen uno. Horacio Pagani, creador de la marca, fue el que recibió el encargo, y construyeron el Pagani Zonda 760 LH personalizado. El color morado, muy asociado a su figura, fue el elegido y las iniciales de su nombre —LH—, eran visibles en la zaga del biplaza. En 2015 Lewis protagonizó un leve accidente de tráfico, sin demasiadas consecuencias, por las calles de Mónaco.

Hamilton tiene dos domicilios: en el principado y en Nueva York, y suele tener dos copias de cada coche que se compra, aunque de este solo tenía una. Si en Mónaco, donde reside habitualmente, los guarda en el garaje y los coge de vez en cuando, es en Estados Unidos donde ejecuta un guion algo distinto. Allí dispone de un mecánico en plantilla y una grúa-plataforma. Se sube en sus coches, se pasea durante un par de horas, y llama a su hombre para que venga a recogerlo y vuelva al garaje sin la necesidad de que haga kilómetros innecesarios.

Hamilton terminó vendiendo su Pagani, del que afirmaba que «sonaba mejor que ningún otro, pero su pilotaje era horrible». Cuando lo compró, abonó por el 1,4 millones de euros, y lo vendió por 10. Sí, diez millones de euros, con un beneficio de 8,6 millones de los que no tuvo que abonar ni una chapa al fisco monegasco. Allí solo se paga el impuesto de matriculación, pero cero si obtienes un beneficio de su venta.

El coche ha saltado a las portadas de los periódicos hace una semana por haber protagonizado, en un túnel de Gales, un sonoro accidente en manos de su posterior propietario. El responsable del incidente se llama Mark Radcliffe, que hizo fortuna montando un negocio online llamado Victorian Plumbing, una especie de Amazon de la fontanería.

Alonso también

Otro que ha engordado su cuenta bancaria tras una venta afortunada ha sido Fernando Alonso. Durante su paso por la escudería Ferrari accedió a la primera unidad del deportivo tope de gama de entonces: el Ferrari Enzo. El chasis número 1 fue a parar a su plaza de aparcamiento. El último, numerado como 400, fue regalado al Papa Juan Pablo II. A su muerte, fue subastado en beneficio de los damnificados del huracán Katrina; recaudó algo más de seis millones de dólares.

El asturiano se embolsó 5,4 millones de euros tras la subasta organizada por Monaco Car Auctions, aunque hubo una pequeña sorpresa durante el evento. Una pantalla se encendió, y brotó la imagen del corredor, que declaró en inglés «significa mucho para mí. Me lo pasé muy bien con el coche, es una obra de arte mágica». Con toda seguridad el de Oviedo pasó grandes momentos al volante de ese coche, pero no debieron ser muchos. Su odómetro marcaba 4.800 kilómetros cuando cambió de manos… aunque hay otros que lo usaron aún menos.

Alonso se marchó de Ferrari y llegó Sebastian Vettel, que fue más ávido a la hora de adquirir deportivos. Desde un par de años antes de abandonar la categoría, ya comenzó a mostrar sus preocupaciones medioambientalistas, y en 2021 puso en venta casi una decena de coches extraordinarios. Si el Pagani de Hamilton se vendió con apenas 1.000 kilómetros en el marcador, un LaFerrari de Sebastian Vettel salió a la venta con menos de 500. Un concesionario británico de coches de lujo puso a la venta casi una decena de ellos, entre los que destacan un Ferrari F50, un California, un 430 speciale, un F12tdf, un Enzo, y un par de modelos de Mercedes AMG de series muy exclusivas. Todos ellos con cifras muy limitadas en su cuenta de kilómetros recorridos. Vettel es ahora un ecologista convencido y afirma haber ido en coche a muchos eventos relacionados con la Fórmula 1, en lugar de haber volado en un jet.

Michael Schumacher

Cuando el siete veces Campeón del Mundo corría, su manager, Willi Weber, montó una empresa llamada PPM. Esta compañía desarrolló un catálogo de más de 400 productos, desde caramelos y hasta aspiradoras, en las que se podía leer el nombre del astro germano. Al modo del rey Midas, se dice que todo lo que su nombre llevaba, reportó unos abultados beneficios.

Prueba de la magia aportada por su presencia está que uno de sus coches de carreras, el Ferrari F2003GA, se subastase en 2022 por doce millones de euros. Significa la segunda venta más alta jamás registrada para un monoplaza de Fórmula 1 tras los más de 30 que se pagaron en 2013 por el W196R de 1954 de Juan Manuel Fangio.

Pero en el caso del Schumacher conductor, lo de obtener réditos de sus coches no siempre fue así, y destaca un coche que vendió por debajo de su precio de compra. A principios de los años 90, la firma Bugatti era italiana, y presentó el EB110, un deportivo que marcó récords de aquella. El de Kerpen se quedó prendado del revolucionario biplaza por su ligereza general, no en vano su chasis, de fibra de carbono, estaba construido por la compañía Aerospatiale (especializada en cohetes, ahora forma parte del consorcio Airbus). Michael se quedó con una de las 31 unidades fabricadas hasta la fecha, y fue a recogerlo personalmente a la factoría, en Campogalliano. Al parecer, no pidió descuento, ni discutió el precio.

Pasados unos meses protagonizó un incidente del que el corredor culpó a un fallo en los frenos. Su coche amarillo acabó estampado y metido bajo un camión. Aquello inició un hilo de desconfianza en el piloto, lo reparó, y lo vendió a un precio por debajo de su precio inicial. Al final de su ciclo comercial, y antes de que Volkswagen diera una nueva vida a la marca, se construyeron 134 unidades del modelo. Entonces costaban unos 300.000 euros, y hoy es posible dar con alguno a cambio de unos 3 millones, diez veces más.

A Schumacher no se le conocen ventas espectaculares de sus coches, aunque sí se sabe que su esposa, Corina, hizo varias ventas notables tras su accidente en 2013. Vendió su jet privado y alguna propiedad, pero poco trascendió de sus valores, que se entienden, entraron dentro de unos márgenes razonables.

El mayor beneficio que podría sacar Schumacher hoy día es volver a la vida pública en unas condiciones de salud apropiadas. Poco o nada se sabe de su estado, y hay pocas pistas para mostrarse optimista. En todo caso, ojalá un buen día asome por la puerta de su casa, saludando, y diciendo «dadme uno de esos coches, que tengo ganas de conducir». Ojalá.

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