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Cultura

'Los incomprendidos', autopsia de una familia

El periodista Pedro Simón publica una novela que indaga en los miedos, secretos y errores familiares, pero también en el amor y, a veces, incluso en la esperanza

‘Los incomprendidos’, autopsia de una familia

Portada de 'Los incomprendidos' de Pedro Simón. | Espasa

Siguiendo con lo que apunta a convertirse en una saga, el periodista Pedro Simón (Madrid, 1971) alumbra Los Incomprendidos (Espasa), la novela que toma el relevo de Los Ingratos (Espasa), su anterior obra. Una autopsia fina, discreta, pero embrutecida a su debido tiempo, de una familia maldecida por el crack de un drama sin remedio. Como vestido de buzo invisible, Simón se hunde en las profundidades de los pensamientos de dos de sus miembros, desnudando ambiciones, miedos, paranoias, secretos y errores, en los que, antes o después, todos nos identificamos. Sin caer en orgiásticos devaneos de drogas, alcohol y demás, Simón alcanza el suculento meollo de la degradación y la desesperación, así como del amor y, sí, a veces incluso, la esperanza. Con prosa económica, despellejada de florituras, Los Incomprendidos se lee de tacada y media. Ahora bien, no busquen en ella melodías de provocación, irreverencia o mirillas ideológicas. Esta es una novela familiar, humana, que va del hecho al sujeto y no al revés. 

Portada del libro.

La cita de THE OBJECTIVE con el autor tiene lugar en Carabanchel Alto, nicho actoral del cine quinqui de los años ochenta. Buscamos un bar que nos acoja porque Simón advierte: «Aquí hay algunos en los que se ha instalado una mafia y es meterse en un barro». Entramos en un bar de barrio tranquilo, aunque con el televisor al volumen de una residencia de ancianos. Simón pide que lo bajen, acto seguido, descorchamos las preguntas como quien abre una buena botella de vino.

Pregunta.- Toda obra tiene un grado de autoficción. Estamos en Carabanchel, lugar donde se desarrolla parte del libro. ¿Cuánto hay de tu familia aquí?

Respuesta.- No me atrevería a decir que en el libro está mi familia. En el libro está la familia de mi gente. Nace de las sobremesas en las que se habla sobre todo de los hijos y de esa etapa tan efervescente que es la adolescencia. Esta es sobre el hoy y habrá otra, que aún está por escribir, que tiene que ver con el spoiler de lo que somos. Alguna vez me han preguntado si querría que mis hijos leyeran la novela, y yo les he respondido que yo lo que querría es que mis hijos leyeran a secas. Que se fueran con su padre a coger níscalos y a ver los partidos del Atleti. Pero sobre todo, antes de leerme, que me escribieran. 

P.- ¿Escribiste esta novela pensando en tus hijos?

R.- Mi mujer, que es la única que me lee antes de entregar la novela, me dijo varias veces que me cortase, que había demasiado de mí ahí y que luego mis hijos lo iban a leer. Pero, finalmente, yo creo que la literatura es subirse encima de la mesa y desnudarte y dejar que la gente te vea con tu pequeñez, tu ridiculez y tus miserias. Cuando la literatura no hace eso, se le ve mucho la trampa. Desde ese punto de vista, he tratado de que interpele a quién la lea. Claro, yo no creo que tú tengas hijos…

P.Reconocidos no, al menos

R.- (Ríe) pues también la idea era que tú, desde tu juventud, también pudieses ver un viejo espejo en el personaje adolescente, al tiempo que una profecía en el del padre. 

«No creo que envejezcamos porque nos aplastan los años, sino porque nos aplasta el dolor»

P.En el libro hay un acontecimiento absolutamente devastador. ¿De dónde extraes la información respecto a semejante escabechina emocional? 

R.- Como periodista tienes una materia prima por la profesión brutal. Sin desvelar mucho, diré que no creo que envejezcamos porque nos aplastan los años, sino porque nos aplasta el dolor. Notas mucho cuando el dolor ha pasado por alguien. Yo suelo decir que trabajo con materia prima averiada, permíteme la simpleza. Porque me interesa la gente que está jodida. Entonces, el periodismo a mí me vale para escribir novelas porque lo que tú haces es eviscerar en una entrevista. Trabajas con lo más maravilloso, que son los otros. Y tocas el hígado, y tocas el corazón y tocas el páncreas, y estás ahí manchándote… 

P.Me interesa el concepto de la culpa, que planea alrededor de toda la historia como un puñal que entra y sale ininterrumpidamente. ¿Qué es para ti la culpa? 

R.- La culpa fue ese mantra yihadista con el crecimos que venía a repetir siempre: «Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa»… Nos hemos criado siempre con la culpa. Y sentimos culpa por pegarle una colleja a tu hijo, o no habérsela pegado, por haberlo castigado, o no haberlo hecho, entonces es la puta culpa siempre orbitando. Yo creo que está bien crecer con responsabilidad, pero crecer con culpa, que tiene que ver con el pecado, es una cosa muy defectuosa. La gente de tú generación creo que ya no la tiene, pero la mía sí. Y los padres en la novela padecen mucha culpa y, como resultado, eso alumbra los silencios. Lo vacío ocupa un espacio enorme y, al final, eso es lo que termina tirando la pared y destruyendo el hogar. Por eso la clave es que hay que hablar. Y es paradójico que en la época que más comunicamos de la historia, es en la que menos nos decimos. 

P.¿Crees que es tan acusada la brecha generacional? 

R.- Aunque seguramente tu familia no sea tan distinta en algunas cosas de la mía o de la de tu padre, sí creo que es más jodido ser joven hoy, que antes. Creo que mucha gente de mi edad que critica a la juventud, debería haber tenido este aparatito (coge el móvil) voraz en su época. El personaje de Inés dice una frase en el libro que es: «La adolescencia puede ser un infierno. Basta con el cielo de los otros». Los chavales viven desde la mirada ajena. Debe ser muy asfixiante crecer así cuando te estás formando. Yo soy una persona insegura, pero tengo mis espacios de seguridad.

No me quiero imaginar un chaval, de 15 años ahora, con más inseguridades que yo, teniendo que enfrentarse a esa inseguridad rodeado de ruido, de esa fiereza ajena, de ese tribunal implacable de cada mañana que dice si eres un pringado o no. Para mí hay dos termómetros sociales: dignidad y esperanza. En dignidad, apoyo a los desfavorecidos, sanidad pública, atención a mayores, creo que aprobamos como sociedad. Pero en esperanza… una generación como la tuya, tan preparada, tan dispuesta, y que vive con trabajos de mierda y unas expectativas super pobres, no proporciona demasiada. Por no hablar, encima, de esa gerontocracia de resabiados que les ponen la bota y no los dejan ascender. 

«La familia no siempre es el mejor motor, pero siempre es la mejor cicatriz»

P.- ¿Qué es para ti la familia?

R.- La familia no siempre es el mejor motor, pero siempre es la mejor cicatriz. No es el mejor motor porque no es el mejor punto de partida. Hay gente que sale en situaciones de desventaja. La marca, sin embargo, siempre la vas a tener ahí. Para bien o para mal. Pero en el mejor de los casos, es el sitio al que quieres volver. La familia es el mayor espejo. El sitio en el que te da miedo mirarte. Hay veces que no nos gusta de dónde venimos y hay veces que no nos gusta ese yo que va a venir. Pero la familia también es la esquina de boxeo. Ese sitio donde te curan las heridas. El tipo que puedes llamar a las cuatro de la mañana para que te cosa un labio. La familia puede ser tu hermano, tu padre, tu madre o no. La familia son en quien confías, los que te esperan y los que notas que se enciende un interruptor cuando entran. La familia es a quien queremos. 

P.- Pero hay familia que no queremos… 

R.- Bueno, sí, claro. Yo a mi familia la quiero, a la sanguínea y a la elegida. Lo que pasa es que cuando eres adolescente todo está descacharrado y no sabes bien quién está en tú equipo, como el personaje de la novela. Una chica, además, que está envuelta en todo ese drama subyacente. Pero no quiero desvelar más de la cuenta. 

P.- Hablando de ese personaje, veo en él, como en el de la madre, como en el de la tía, básicamente en todos los personajes femeninos, una fuerza, una consistencia de mármol, que en los personajes masculinos en cambio es más gelatinosa y tibia.

R.- Es lo que yo he vivido, y es lo que yo veo. Mi familia viene de Zamora, de una zona que es especialmente matriarcal. Señoras que prácticamente se cargaban el arado como un buey, mientras muchos hombres, aun teniendo la fortaleza física, no estaban tanto en eso. A mí esa forma femenina de estar en el mundo siempre me ha parecido bestial y en el caso de mis padres también es así. Mi madre es un personaje mucho menos blando que mi padre. Y en mi casa, mi mujer es un personaje mucho menos blando que yo. Y tengo dos hijos que son unos blandos. Encima en la novela la relación es de un padre con una hija y, claro, ahí es donde creo que hay muchas más costuras. 

P.- ¿Qué buscas en la escritura? 

R.- No pretendo epatar, ni gustar a muchos, sino no decepcionar. Tal vez no sea muy ambicioso, a tenor de los tiempos, pero yo lo máximo que busco es no engañarme a mí mismo, que es la mayor estupidez. Además, escribir tiene una cosa muy mala que es que todo el mundo opina. Nadie le dice a un cirujano como debe de operar, pero en España hay un Luis Enrique de la vida en cada casa, y también un periodista. Esto pone un foco sobre la profesión de escribir que te hace sentir un picor en el cuello, pero creo que empiezas a librarte cuando te da por el culo lo que digan. Tú haces lo tuyo y sigues tu caminito siendo honesto. Con que a mí me guste y no me de vergüenza, yo me doy por satisfecho. 

P.- ¿Cuál es la mejor forma de superar el dolor? 

R.- Interesante. Un amigo, que su hija había fallecido con cinco años, me dijo una vez que era acojonante, pero que llega un momento en el que vuelves a ser feliz porque el tiempo, realmente, es ese bicharraco con trastorno obsesivo compulsivo que coloca cada cosa en su sitio. Ya sea una muerte, una ruptura, un fracaso, el tiempo, como se dice, lo cura todo. Está bien que sea así. Pero lo cierto es que, frente a eso, lo único que tú puedes hacer es no suicidarte, tener paciencia. Y, sobre todo, darte permiso, llegado el momento, para ser feliz a pesar de todo. 

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