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Estas son las peores siestas (para tu organismo) que te puedes echar

En el término medio está la virtud, especialmente cuando hablamos de dormir bien

Estas son las peores siestas (para tu organismo) que te puedes echar

Un hombre duerme la siesta con un libro en la cara | ©Freepik.

El verano y las vacaciones huelen a muchas cosas. Planes al aire libre, deporte, tiempo compartido, comilonas y siestas, muchas siestas. Sin embargo, caer en la tentación de este Morfeo vespertino puede suponer que luego trastoquemos nuestros patrones de sueño. Las siestas a destiempo —como casi cualquier cosa a destiempo— acaban pasándonos factura.

Es cierto que hay siestas perfectas, tal y como ya te contamos en THE OBJECTIVE, y que incluso hay pequeños detalles a los que podemos recurrir para hacer mejores nuestras siestas. Uno de ellos, curiosamente, es algo tan poco evidente como tomarnos un café antes de dormir.

Sin embargo, la espada de Damocles de estas cabezadas después de comer en el sofá la puede cargar el diablo. Todos identificamos los síntomas de una siesta que se nos ha ido de las manos. Bien por tiempo o bien por la hora a la que hemos empezado a dormir, las consecuencias son del todo conocidas.

Por contra, si la siesta es como debe ser (apartemos el mantra de pijama y orinal) nos puede venir muy bien. No sólo además a niños y ancianos, que suelen ser grupos poblacionales con una gran tendencia a la siesta, sino para cualquier otra edad y condición.

Los beneficios de dormir la siesta

Un hombre recién levantado de la siesta
Desorientación y una especie de ‘resaca’ se sucede tras un descanso vespertino demasiado largo. ©Freepik.

Mucha literatura médica se ha vertido sobre el mundo de la siesta desde hace años y, en términos generales, siempre colige que es algo beneficioso para nuestra salud. Lo importante es conocer que no vale cualquier siesta ni en duración ni en la hora a la que nos pongamos a dormir.

También conviene comprobar que la siesta que nos echamos no está siendo un refugio ante nuestras malas noches. Por este motivo, hemos de tener en cuenta que dormimos bien por la noche. Algo especialmente complejo en verano, debido al estrés térmico nocturno, pero que nos debe poner sobre la pista de por qué dormimos mal.

Lo que sí es evidente es que una buena siesta —no en duración, sino en calidad— implica mejoras para nuestro organismo. Como es lógico, reducimos el cansancio y la fatiga, lo cual nos haría ser más productivos. Del mismo modo, también mejorará nuestro estado de alerta y, por tanto, la concentración.

Los errores a la hora de dormir la siesta

Siestas muy largas, incómodas o haber tenido la pésima idea de irnos a dormir con el estómago lleno —o después de haber bebido— están en la lista de los grandes noes de echarse una siesta de calidad. Insistimos en este perfil de que una buena siesta es la que genera un sueño reparador y nos permite seguir en marcha sin cortapisas.

La mala siesta, por contra, es fácil de identificar como aquella que, tras despertarnos, nos deja en un estado de atontamiento casi letárgico. Como una especie de zombies, nos levantamos y sentimos desnortados y la culpa, como es lógico, la tienen los ritmos circadianos. Cuando nos pasamos de tiempo al dormir, acabamos entrando en los ciclos de sueño REM y no REM, es decir, sueños profundos que mandan desde nuestro cerebro órdenes de un descanso de horas.

Una cuestión de tiempo, duración y espacio

Un hombre tumbado en el sofá
No valen todas las horas ni todos los lugares para dormir a gusto. ©Freepik.

Por tanto, ya vamos viendo qué evitar en una mala siesta. El primer —y más grande— error es hacer siestas demasiado largas. La siesta correcta, aunque suene complicada, no debería superar la media hora. De hecho, sería conveniente que apenas durmiéramos 10 o 15 minutos.

Junto a ello, la hora indicada para que no acabe poniendo palos en la rueda al descanso nocturno. Partiendo de la base de que no deberíamos tomar siestas largas, la siguiente recomendación es que no las hiciéramos demasiado tarde. De hecho, sería conveniente tomarla antes de comer, lo cual sería mejor que hacerlo después. Aun así, procuremos no echárnosla más allá de las cuatro de la tarde.

En cuanto a los incordios de un mal sueño, una mala digestión aparece en el horizonte. Quizá de entrada notemos que una comida copiosa nos invita a dormir, pero puede jugarnos malas pasadas. Reflujo gastroesofágico, acidez estomacal, malestar intestinal, dificultad respiratoria… Dormir tras comer mucho o después de beber no es una buena idea, aunque parezca lo que el cuerpo pide.

Como es evidente, debemos intentar hacerlo en una estancia tranquila, fresca, ajena a ruidos, luces u olores que dificulten el sueño. Además de en un lugar cómodo para el descanso, evitando que tras despertar podamos tener molestias musculoesqueléticas por una mala postura.

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