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Kylian Mbappé: vaya corte de mangas

«Pierde ante todo el fútbol cada vez más prostituido con esas fabulosas fichas de contratos, convertido en una especie de subasta de ganado humano»

Kylian Mbappé: vaya corte de mangas

Kylian Mbappé. | Christian Hartmann (Reuters)

Cerca de 50.000 gargantas gritaban anoche en el Parque de los Príncipes «Madrid, putain, Madrid putain», enardecidos aficionados por que su astro, Kylian Mbappé, anunciaba al termino de esa pachanga de partido con el que terminaba la liga francesa, que había decidido quedarse en el Paris St Germain (PSG), porque es su equipo desde hace cinco años y porque espera ganar títulos importantes, nació en Paris y ama esa ciudad. Cuanto más lo decía más arreciaban los insultos contra el presidente del club mejor del mundo, Florentino Pérez. Francia exultaba patriotismo el sábado por la noche por todos sus poros. Le había ganado la partida a Florentino y encima las chicas del Olympique de Lyon derrotaron esa misma tarde a las del Barcelona en la final de la Champions. Francia 2-España 0. Ahora esperan concluir la corrida tirando cohetes si el Liverpool vence al Real Madrid el próximo sábado en la finalísima europea en el parisino Stade de France.

Lo de Mbappé era como una especie de noticia temida y hasta cierto punto previsible. Era todo un país contra un club legendario. ¿Quién gana en el duelo? Sin duda, el maravilloso jugador, de 23 años, número uno del balón, que ve enriquecerse más si cabe su patrimonio con la mareante prima de fichaje que los cataríes le van a dar y que más pronto que tarde será Balón de Oro y ganará la Champions. ¿Quién pierde? Desde luego Florentino, a quien hasta hoy todo aquel que le echaba un pulso sabía que lo iba a perder. Se empeñó en fichar y lo logró a Figo, luego a Zidane, a Ronaldo Nazario, más tarde a Beckham y después a Cristiano Ronaldo y Bale. Nadie podía con su ambición. Faltaba en su colección Mbappé. Todo estaba ya acordado para que se vistiera de blanco la próxima temporada y capitaneara el nuevo proyecto del florentinato con su megarreforma del Bernabéu como estandarte. El Madrid había ofrecido a los cataríes 200 millones de euros en agosto pasado, con el futbolista de acuerdo, pero los dirigentes de ese club Estado lo rechazaron pese a que sólo le quedaba un año de contrato y podía irse gratis al final de esta temporada.

Tranquilos, les decía Florentino con sorna a sus fieles comentaristas deportivos y ellos reían y asentían, y repetían día sí y otro también su veredicto. Todo está hecho, aseguraba. Pero no, no todo estaba hecho. Y no lo estaba porque el jugador al final demostró lo que era: otro humano más que antepone sobre todo el dinero y la riqueza a cualquier otro oropel. Es cierto que el asunto se había convertido en Francia en una cuestión de orgullo nacional. El presidente Emmanuel Macron, que no es seguidor del PSG y apoya al Olympique de Marsella, le había pedido varias veces en público y en privado que se quedara por el bien del fútbol francés. También se lo había implorado el ex jefe de Estado Nicolas Sarkozy y tantas otras figuras públicas del deporte galo. ¿Pero cómo estos españoles se atreven a tratar de quitarnos nuestro símbolo nacional? El chaval, nos decía la prensa especializada hispana, tenía la cabeza muy bien amueblada y resistía todas las presiones francesas y cataríes. Pero, naturalmente, no resistió. Poderoso caballero es don dinero. Y paradójicamente se trataba de un equipo, el PSG, que despierta más odio que simpatía entre los aficionados franceses por considerar que están en manos extranjeras.

¿Quién gana y a la vez quién pierde en la cuestión? Vencen los odiados cataríes, los nuevos ricos del petróleo a los que les sobra el dinero y la UEFA les permite romper temporada tras temporada las reglas del fair play, las que equilibran las cuentas de un club. Poco le importa al jeque catarí Al Thani, propietario del equipo parisino, haber perdido más de 300 millones de euros en el club como consecuencia de la pandemia. Él y su fiel secretario Al Khelaifi continuarán haciendo lo que les venga en gana con el beneplácito del presidente de la UEFA, Aleksander Ceferin. Igual que ocurre con el Manchester City de Pep Guardiola, cuyos dueños están en Abu Dhabi (Emiratos Árabes Unidos) y que han gastado más de 1200 millones de euros en contratar jugadores desde que llegó el entrenador catalán hace más de cinco años. Pierde ante todo el fútbol cada vez más prostituido con esas fabulosas fichas de contratos, convertido en una especie de subasta de ganado humano, que salta en mil pedazos cuando les place a los más ricos, incluso si entienden poco de fútbol. Es un tema de poder.

Y por último el asunto Mbappé nos muestra por si hubiera dudas el vasallaje de la prensa deportiva española a la voz de los grandes, sin escrúpulos, sin ninguna objetividad pese a que sus repoteros hacen creer al aficionado que les mueve la verdad. Nada de eso es cierto. Son la antítesis de lo que debe ser un periodista, un profesional que busca las certezas sin bandería de por medio a través de más de una fuente y luego la contrasta con otras. Su fuente es el presidente o el agente intermediario de turno, quienes les manipulan sin sonrojo. Ya es hora que se denuncie este tipo de conductas.

El caso del genial jugador del PSG es paradigmático. Programas tan poco edificantes como El Chiringuito anunciaban a través de su conductor, Josep Pedrerol, que lo de Mbappé estaba hecho desde hacía meses como casi seguro también el fichaje del noruego Eerling Haaland, que finalmente ha recalado en el Manchester City. Incluso hasta se atrevían a lanzar exclusivas mundiales al asegurar que Qatar se iba a replantear a final de este año la fuerte inversión realizada en el PSG desde su adquisición hace más de diez años. Todo la información no era suficientemente contrastada. Venía cocinada desde arriba, desde los despachos alfombrados siempre con el mismo timbre de voz. Tranquilos, que está hecho. Lo triste de todo ello es que el aficionado se lo creía, que lo que le decían en ese y otros programas le despertaba ilusión y acrecentaba el optimismo, porque después de todo el fútbol es un estado anímico. Irracional como todo lo que está ligado al ánimo. El sábado más de un auténtico seguidor merengue se debió ir a la cama amargado con la noticia y escuchando o leyendo el grito de guerra en el Parque los Príncipes: Madrid, putain. Madrid, putain.

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